El druida, en la religión de los antiguos pueblos celtas, especialmente los galos, era la persona que ejercía las funciones de sacerdote, poeta, juez y legislador. Etimológicamente, la palabra druida deriva del galo dru-(u)id, que tenía el sentido de ‘dueño de la ciencia’ o ‘muy sabio’ entre los galos, pueblo perteneciente al tronco celta asentado principalmente en los territorios de las actuales Francia, Bélgica y Luxemburgo a partir del año 1000 a.C., aproximadamente.
El historiador romano Plinio el Viejo, sin embargo, relacionó etimológicamente la voz druida con el nombre griego drãj ‘encina’, seguramente por la importancia que en los cultos religiosos druídicos tenían éstos y otros árboles. Su propuesta etimológica es, en cualquier caso, tan sugerente como falsa.
Aunque los druidas eran, esencialmente, los miembros superiores del estamento sacerdotal, también pertenecían a él los bardos y vates (poetas) y los magos (adivinos). Los historiadores griegos y latinos, entre ellos Lucano, pensaban que dentro del pueblo galo había estos tres tipos distintos, autónomos y separados de especialistas culturales. Sin embargo, lo cierto es que solía ser una misma persona quien realizaba, según el momento y las circunstancias, una u otra función. El hombre sabio que en muchas ocasiones se ocupaba de las cuestiones religiosas desempañaba también, llegado el caso, la labor de celebrar poéticamente las gestas de los antepasados y de conservar por tradición oral el patrimonio histórico, cultural y religioso ancestral, además de componer poemas satíricos en determinadas fiestas y celebraciones.
Stonehenge es interpretado como un santuario céltico, al que acudía el pueblo con ofrendas y en el que los druidas celebraban sus misterios.
Los druidas más famosos de la historia, pese a que los hubo en todas las sociedades célticas, fueron los establecidos en las Galias y en las Islas Británicas, donde eran los depositarios de toda la tradición oral de los pueblos celtas. Su creencia principal era la inmortalidad del ser, puesto que sus muertos continuaban viviendo en otro mundo, identificado como subterráneo, donde el fallecido acompañaba a sus dioses; es por ello que los enterramientos celtas se hacían acompañando al cadáver con toda clase de objetos cotidianos, pues su uso por el fallecido continuaría para siempre. A pesar de su elevada posición social, la estructura social de los pueblos celtas hizo que participaran en el resto de labores de la comunidad, tanto en los trabajos agrícolas como en las campañas militares, si bien su principal ocupación era la educación de los jóvenes, el arbitraje en los litigios ocurridos entre las diversas tribus y la celebración de los diferentes ritos religiosos (especialmente los sacrificios). El hermetismo de éstos ritos, así como su carácter oral, hacía que la capacidad más admirada de los druidas fuese su memoria, por lo que sus sucesores en la tribu debían destacar desde jóvenes en ese sentido, además de jurar honrar siempre a los dioses (el conocimiento era secreto), no obrar imprudentemente y estar siempre disponibles para los servicios que demandase la comunidad.
La vida cotidiana de un druida estaba basada en la estricta adscripción a estas reglas y en la observación de la naturaleza, en la que descubrieron los usos medicinales de un buen número de plantas; el respeto por los bosques como lugares sagrados era otra de sus ocupaciones, para lo cual contaron con el apoyo de la aristocracia militar de las comunidades celtas. Aunque no hay noticias de que vistieran con algún signo exterior que delatase su categoría social, eran respetados y protegidos en sus viajes, siendo su prestigio notable entre todas las tribus. Existen indicios acerca de la reunión de una asamblea anual de todos ellos, celebrada en el bosque sagrado de la tribu de los carnutos, lugar que algunos expertos han identificado con la ciudad francesa de Neuvyen-Sullias y otros con el actual emplazamiento de la catedral de Chartres.
Son muy escasos los textos escritos de los antiguos galos que se conocen —la mayoría de ellos redactados en caracteres griegos—, aunque algunos de ellos tienen relación directa con las actividades druídicas. Pese a que éstos no tenían libros sagrados y transmitían su doctrina y su sabiduría de forma oral, nos ha llegado, por ejemplo, el texto en doce líneas de una oración a una divinidad desconocida inscrita en una plancha de plomo que se descubrió en 1971 en una fuente de Chamalières, cerca de Clermont-Ferrand (Francia). Poco después, en 1983, se encontró en la aldea de Veyssière (Aveyron, Francia), el llamado Plomo de Larzak, de 57 líneas, en el que parece estar inscrito un mensaje para el otro mundo que debía llevar hasta allí una druidesa muerta. Muy importante es también el llamado Calendario de Coligny, encontrado a finales del siglo XIX, grabado en una plancha de bronce de casi metro y medio de largo y 80 centímetros de ancho, que da fe de los profundos conocimientos astronómicos de los druidas galos.
Pero lo cierto es que casi todo lo que conocemos sobre los cultos y las actividades druídicas se lo debemos a los historiadores griegos y, sobre todo, latinos, cuya visión sabemos que a veces estaba muy deformada por la hostilidad entre el pueblo romano y el galo. Por otro lado, se tienen muchos más datos acerca de los druidas y, en general, de los pueblos galos asentados en el área continental que en las Islas Británicas, ya que el contacto mantenido por los romanos con los galos del actual área francófona fue mucho más continuado e intenso.
Una de las más importantes fuentes historiográficas para el conocimiento de las actividades druídicas es el tratado historiográfico De bello Gallico ‘De la guerra de las Galias’, de Julio César, quien afirmó que los druidas constituían una especie de casta de iniciados que debían acudir a recibir una formación esotérica, muy rigurosa y prolongada, en las Islas Británicas. También señala César que los druidas se encargaban de presidir todos los sacrificios públicos y privados, las actividades religiosas y las grandes fiestas anuales, y que extendían sus funciones a los ámbitos político y judicial, ya que eran ellos los encargados de imponer sentencias y castigos judiciales. Un druida era, según César, un hombre considerado sabio, conocedor de los secretos de la astronomía, la geografía y la naturaleza, además de los religiosos, y que ostentaba un prestigio máximo dentro de su comunidad, lo que le permitía estar exento de pagar tributos y de hacer el servicio militar. Algunos de los datos aportados por César sobre el contenido de la religión druídica son especialmente interesantes; por ejemplo, cuando afirma que «los druidas enseñan la doctrina según la cual el alma no muere, sino que después de la muerte pasa de uno a otro», en clara referencia a la doctrina de la metempsicosis o trasmigración de las almas.
El sistema religioso galo druídico debía ser muy complejo y potente, ya que el mismo Suetonio lo llamó «religión druida», y se sabe que algunos de sus cultos ejercieron gran fascinación e incluso influyeron y calaron en algunos cultos romanos. Entre las funciones del druida tenía especial relevancia la preparación y presidencia de todos los sacrificios. El geógrafo griego Estrabón afirmaba que los druidas hacían sacrificios humanos cuyas víctimas eran hombres consagrados, si bien ningún individuo perteneciente a la casta druídica podía ser sacrificado. Los sacrificios humanos estaban estrechamente relacionados con la adivinación, otra de sus especialidades: «Golpeaban con la espada en la espalda a un hombre consagrado y según sus retorcimientos deducían profecías; no sacrificaban nunca a los druidas». Plinio el Viejo, en su Naturalis Historia ‘Historia Natural’, recordaba que «terminados los preparativos necesarios para el sacrificio y el banquete bajo el árbol (una encina con muérdago), llevan allí dos toros blancos». Se sabe, además, que entre los conocimientos transmitidos de forma oral y esotérica por los druidas estaban los relativos a la magia, al uso de hierbas, plantas y aguas medicinales, la determinación de días fastos y nefastos, etc. Este tipo de conocimientos druídicos justifica que algunos historiadores antiguos los relacionasen también con los pitagóricos griegos.
Cathbad, inspirado druida y vidente, predijo el trágico destino de Deirdre el mismo día de su nacimiento. Los druidas, tanto hombres como mujeres, gozaban de gran prestigio en la sociedad celta. Eran consejeros, jueces, maestros y embajadores. Ni siquiera el Rey Supremo podía tomar la palabra en una asamblea antes que su druida.
Se sabe, además, que la autoridad del druida estaba muchas veces por encima de la del rey, antes del cual tenía el derecho de hablar, y cuya elección solía reglamentar y orientar. A veces incluso parece que los druidas de mayor prestigio podían convertirse ellos mismos en reyes. Se sabe que el druida Mog Ruith fue llamado por los galos de Munster, y que acudió a su requerimiento a cambio de recibir grandes recompensas, aunque no aceptó la realeza para él ni para sus descendientes. La casta druídica constituía una instancia superior también a la militar, y a veces incluso se convertían ellos mismos en dirigentes militares. Se sabe, por ejemplo, de las actividades guerreras del druida irlandés Cathbad, y se tiene noticia de que el druida eduo Diviciacus mandó también un cuerpo de caballería. El druida, además de desempeñar normalmente las funciones de juez penal y de juez legislador, podía ejercer también en muchas ocasiones el papel de árbitro de cualquier cuestión política o conflicto interno que tuviese lugar dentro de la comunidad, e incluso de mediador entre varias comunidades.
La atomización de los pueblos galos en pequeñas comunidades aldeanas obligaba a que en cada una de ellas hubiese uno o varios druidas. Aunque se cree que la mayoría formaba parte de una especie de tradición o colegio druídico que observaba ritos de iniciación y tenía períodos y prácticas de formación más o menos comunes, su autoridad y su actividad solían ser autónomas dentro de cada comunidad. En algunos lugares llegaron a fundarse centros de culto druídico de especial relevancia, como el santuario británico de Anglesey, cuya destrucción en el siglo I d.C. por el ejército romano describió Tácito. Pero, en general, tampoco puede hablarse de centros esenciales de culto druídico.
Existen noticias, si bien muy escasas y confusas, acerca de la existencia de druidesas (o druidas femeninas). Hay datos, por ejemplo, de una comunidad de sacerdotisas femeninas que Pomponio Mela localizó en Sena, a orillas del Mar Británico: según parece, estaba formada por nueve sacerdotisas vírgenes especializadas en profetizar el futuro y realizar curaciones mágicas, pero también en provocar tempestades y en transformar personas en animales, acciones estas últimas que se han atribuido siempre de forma recurrente a las brujas. Es posible que ecos de estos cultos druídicos femeninos sobreviviesen, por ejemplo, en los ritos realizados por las monjas del monasterio irlandés de Kildare, que mantenían un fuego perpetuo en honor de Santa Brígida, santa cristiana continuadora de una antigua divinidad indoeuropea.
Los druidas opusieron una feroz resistencia a la dominación romana de las Galias, y en esta lucha sobresalió la figura de uno de ellos: Diviciaco. Esto les llevó a apadrinar la unión de todas las tribus celtas al mando del caudillo Vercingétorix, hasta que la victoria de Julio César contra la coalición gala (52 a.C.) acabó por destruir la civilización celta. Pese a las definitivas conquista y romanización de la Galia y de la Britania que tuvieron lugar a partir del siglo I a.C., la cultura gala y la religión druídica mantuvieron casi plenamente su vitalidad hasta que fueron progresivamente marginadas, perseguidas y asimiladas por el cristianismo, a partir del siglo III d.C., y, sobre todo, a partir ya del siglo V. El cristianismo hizo todo lo posible por erradicar cualquier tipo de culto religioso pagano, si bien se dejó influir también mucho, especialmente en el terreno de la religiosidad popular, por muchas de las creencias mágicas precristianas. Además, aceptó la continuidad de la figura del poeta (antiguo bardo o vate), que desde entonces, y durante buena parte de la Edad Media, siguió siendo el depositario de la memoria oral y del patrimonio poético de los pueblos de ascendencia celta. Pero los cultos druídicos propiamente dichos pueden considerarse definitivamente extinguidos en la segunda mitad del primer milenio de la era cristiana.
A partir del siglo XVI vieron la luz diversas corrientes de pensamiento religioso que intentaron restaurar las antiguas creencias y ritos druídicos y oponerlos a la ortodoxia cristiana dominante. Este tipo de sectas neodruídicas tienen un fondo ideológico apegado a la magia natural y al culto panteísta a la naturaleza, y cuenta con comunidades como la Druid Order ‘Orden Druida’, fundada en 1717, que se ha mantenido viva hasta la actualidad. Otros nombres de este tipo de sectas son los de Antiguo Orden de los Druidas, Confraternidad Filosófica de los Druidas, Orden Druida, Fraternidad de los Druidas, Bardos y Vates o Iglesia Céltica Renovada. En la actualidad, este tipo de movimientos religiosos se hallan en pleno proceso de expansión, debido a la decepción de muchas personas ante las religiones tradicionales, a la tendencia al retorno a formas de pensamiento y de mística naturalista, y al renovado auge del celtismo y de su estética musical y cultural.
Este documento fue aportado por Tiburk. 11 de Marzo del 2004.