— Vástago, te traigo bajo las arenas para leer el lenguaje de los dioses, olvidado para todos los demás. Aprendiste los ritos. Penetraste el velo de mentiras que los rodeaban para protegerlos de los corazones que todavía no están preparados. Te has ganado el derecho a preguntarme. —La Nebthet descubrió sus colmillos ante la antorcha durante un momento, contra su fuego, y la colocó en su soporte. Siento que debería estar sudando de miedo ante ella, pero no había nada, y me sentí reconfortado porque mi cuerpo había vencido a la mortalidad.
—¿Puedo hablar libremente?
Ella asintió.
—Para eso existe esta sala.
—Digo las palabras, hago los gestos, pero también he estudiado los viejos muros de Abidos. He hablado con los locos encadenados bajo Heliópolis. He meditado sobre el Padre del Miedo para entender el conocimiento que se haya dentro de mí. Existen… contradicciones. Le he rezado a Set como al padre de todos los chupasangres, pero aun así conozco el misterio del Mordisco de Apep. Conozco el relato de la Contienda con Horus, que fue hecho inferior para siempre al Padre por ello, pero he leído de la batalla con sus sacerdotes, que reniegan edad y cenizas. He leído el lenguaje perdido, pero también un lenguaje aún más viejo que este, y en él habla de nosotros como hermanos del Clan de la Guerra, bajo su Khayyin.
—Ah, pero sabes que nosotros mentimos. Los dioses enseñaron a los humanos el arte de nombrar las cosas de forma verdadera para ganar poder sobre ellas. Pero si los nombras falsamente, nosotros tomamos ese poder. —Sí, pero nosotros somos los sacerdotes del Poderoso. ¿No deberíamos saber la verdad? —De nuevo, no sentí nada del viejo miedo bestial, pero mi Sangre se estremeció.
—No —dijo ella—. Partes de un error fundamental. Crees que merecemos el verdadero conocimiento debido a que es una manera de conseguir poder. Pero el poder de tales verdades no puede ser controlado. Así que te diré: Set no es el padre de todos los chupasangres en el crudo sentido del Abrazo. Había uno antes que él, y otros por encima de él, aunque murieron por su propia estupidez. ¿Sabes sobre quién ejercía su dominio, cuándo le ofrecían sacrificios bajo el Sol?
—El desierto. Extranjeros. Reyes.
—Sí, y los estúpidos creen que son cosas separadas. Pero esto fue su propia responsabilidad, nunca se lo entregaron, sino que lo tomó por su propia mano, porque los estúpidos de la corte más antigua no se preocupaban por los sonidos del desierto, o de la posibilidad de extranjeros, y no se dieron cuenta que su reinado pudiera ser nada más que eterno. Porque cada uno de los Grandes Nueve fueron hechiceros, y se les otorgó el secreto de nombrar las cosas de forma verdadera, y todos excepto el poderoso Set creyeron que su sabiduría abarcaba el mundo. Solo él se aventuró más allá del sonido del río rápido, hasta que la arena se convirtió en una sustancia más allá de la descripción de los mortales.
—Él vio seres en aquella lejana oscuridad, poderosos como dioses pero frágiles como la gasa ante las porciones finalizadas del mundo. Estos extraños, estos reyes más allá del desierto, deseaban presentar sus propios verdaderos nombres, que contradecirían los nombres del mundo creado. Ellos buscaron defectos en los nombres de los Nueve, en la Creación, para así presentar sus propias palabras, sus nombres-del-Caos.
—Demonios.
—No —dijo ella—. Los demonios son parte del orden de las cosas. Incluso los crédulos sacerdotes de nuestra era lo admiten. Ellos los llaman esclavos del «Adversario», un cargo del orden divino, o los declaran señores de ifrit, hechos del fuego invisible de nuestro mundo.
» Set deseó entrar en la oscuridad donde moraban estos Extranjeros para luchar contra ellos, pero la carne mortal no podía resistir el lugar más allá de los lugares. Volvió a Heliópolis y avisó a los otros dioses. Estos se rieron. «Hay suficiente mundo para nosotros» dijeron. «Nosotros haremos que nuestros Nombres sean indestructibles y crearemos reinos y esclavos según sea necesario». Eran divinos por conocer los secretos de la creación y no se preocupaban en absoluto por sus súbditos, que labraban la tierra y temían que las serpientes les mordieran los tobillos.
» Pero el Padre Set había viajado más lejos de lo que los Nueve sabían. Solo él sabía que había otra ciudad, otros dioses. Bajo la luz de la antorcha vi un destello de verde, pintado por encima de un hombre coronado. La Nebthet introdujo sus dedos en la piedra como si fuera barro seco. Cuando cerró el puño, el muro crujió, y Osiris fue convertido en pedazos en la oscuridad.
—No estoy segura de si debería contarte la siguiente parte —dijo ella, sus ojos se volvieron amarillos y tomaron el aspecto de una serpiente—. Enséñame tu corazón —dijo—, más allá del engaño. Suelo meditar en el desierto e imaginar su vastedad dentro de mí. Cuando sentí que ella entraba en mis pensamientos, mi desierto parecía ser una mota de polvo en su dedo. Y entonces:
—Tú sirves a Set completamente. Continuaré.
» Él fue a la otra ciudad. Se llamaba Terquedad, porque su gobernante desafió a Ma’at —dijo—. No estaba iluminada por el fuego. Las puertas se abrieron para él y paseó solo hacia su palacio. El Desafiante recibió su audiencia.
—¿Caín?
—¿Qué significa esto? En partes o al completo, la palabra puede ser llamada Lanza, Enderezador, Redentor, Aquel Que Acepta, Pesaroso. Él compró el mundo con la sangre de su amada para resistir a Ma’at. Fue maldito y exiliado a la oscuridad de más allá, pero incluso así él volvió para encontrar la ciudad. Set demandó su secreto.
—«Yo no puedo ser eliminado de este mundo porque lo profané, y este mundo demanda un ajuste de cuentas», dijo el Desafiante. «Fui a la oscuridad exterior y esta renegó de mí. En su odio, el mundo me desea, para que un día yo pudiera ser humillado, y una noche, arrepentirme. Aunque cuando me arrepienta, el mundo acabará».
» Padre Set vio la desesperación del Desafiante, pero sabía que el mundo podría acabar antes de que llegara la hora del arrepentimiento, en las manos de aquellos Extranjeros más allá del mundo. Set no tenía miedo de ser marginado, como el Desafiante había sido, y le dijo: «Yo tomaré tu lugar y recibiré el odio de Ma’at a cambio de tu secreto».
» El Desafiante tenía otros hijos, pero ellos no le ofrecían el confort de la forma en que lo hizo Set, ya que solo eran meras extensiones de él, tan serviles como tus propias manos u ojos. «Tú debes compartir mi creación desde su fuente original», dijo el Desafiante. «Se te debe entregar odio nacido del propio suelo». Así que el Desafiante dijo un nombre verdadero e invocó a la Serpiente, Apep, que abrió la garganta de Set y puso sangre y tierra negra en la herida.
» Y entonces Set se convirtió en el único Chiquillo igual al Desafiante. Y viajó al lugar donde la arena se convierte en aquello que no puede pronunciarse. Viajó más allá del mundo durante tres noches, o seis, o cuarenta. Expulsó a los Extranjeros para que no pudieran invadir durante una era. Volvió y selló el camino tras él. Reparó defectos en este mundo, actuando donde los egoístas señores de Heliópolis no lo harían. Y vino ataviado en el aspecto de Apep, la serpiente, hijo del odio sostenido del mundo. En la oscuridad exterior perdió la costumbre a la luz del mundo, pero aguantó su abrasión.
» Sí, «Caín» tuvo muchos hijos. Pero solo Set es su igual, en poder y responsabilidades. Porque nuestro Padre debe portar a Apep, el odio del mundo. Y debido a que Set no ha cometido ningún crimen, debe soportar ese odio o el mundo lo perdonará y terminará. Por eso profanamos el mundo con mentiras y guiamos al ganado y a los chupasangres a celebrar la vileza. Ofendemos al mundo. Deben odiarnos, y nunca saber por qué. Ningún ser debe descubrir el camino de Set, no sea que le abran el camino a los Extranjeros.
» De esta manera, las leyendas se reconcilian.
—No deberías haberme contado eso —dije—. No tienes razón alguna para hacerlo. No puede ser verdad.
—Ninguna historia es verdad —dijo ella—. Cuando encuentres las mentiras en esta, estarás preparado para la siguiente.