Guardaespaldas
La calle era poco más que un estrecho sendero como un túnel entre los altos edificios, resbaladizo por la humedad del suelo y los desperdicios arrojados desde las ventanas, cuyas colgaduras bloqueaban eficazmente cualquier que pudiese ofrecer la luna. El pequeño grupo que recorría aquella traicionera ruta iba guiado por un Joven muchacho con una antorcha en la mano y una expresión imponente en su imberbe rostro. Tras él marchaban un par de curtidos veteranos, sus cuidadosos ojos explorando las sombras en busca del menor indicio de una amenaza. La luz de la antorcha iluminaba el acero desnudo en sus manos. Otros dos como ellos estaban a retaguardia, las armas igualmente dispuestas, mientras examinaban continuamente el entorno en busca de posibles problemas.
En el centro del grupo armado caminaba la que parecía una Joven de piel tan blanca y resplandeciente como las hojas desenvainadas que la rodeaban. Su atuendo y su majestuoso porte sugerían su pertenencia a la nobleza, algo confirmado por los enjoyados anillos de sus dedos y la diadema dorada que adornaba su cabello. «¡Cuidad delante» se oyó la aguda voz del porta antorcha cuando unas oscuras figuras salieron de las sombras con las dagas a punto. Los luchadores dieron la espalda a su ama maniobrando para protegerla, y el ruido del acero resonó pronto a través de la noche. Todo termino en unos momentos, con la victoria de los guardaespaldas y los asaltantes puestos en fuga. La joven examino minuciosamente a sus criados en busca de heridas.
¿Hay algún herido?» preguntó. Su suave voz hizo que los veteranos recordasen los cálidos crepúsculos ante los que se habían maravillado en Tierra Santa durante la última Cruzada. El líder de los guardaespaldas negó con la cabeza, y ella sonrió satisfecha. «Muy bien. Habrá un barrilete extra de cerveza para cada uno de vosotros la semana que viene, y más plata en vuestras bolsas. ¡Ahora démonos prisa! La puerta del comerciante de sedas está en la siguiente calle.»
Bastantes hombres de armas pueden encontrar el servicio a un amo no muerto tan desagradable como servir a cualquier señor mortal. Librar batallas es un asunto sucio y peligroso, y las probabilidades de volver ileso a casa disminuyen con cada acción militar.
Los soldados que abandonan el ejército suelen verse en un callejón sin salida; a pocos les queda suficiente dinero en el bolsillo para empezar sus vidas de nuevo o volver a las tareas domésticas de antaño. Los ambiciosos pueden unirse a la guarnición de una localidad, y los deshonestos robar por los caminos, pero los mejores se convierten en guardaespaldas
El personaje guardaespaldas al servicio de un Cainita debe estar preparado para algunos cambios en su rutina diaria. Naturalmente, deberá acostumbrarse a una existencia decididamente nocturna, a menos que su única misión sea custodiar el refugio de su amo mientras duerme. Es más, debe estar dispuesto a defender a su señor no sólo de asaltantes, cortagargantas y merodeadores, sino de los más peligrosos de los enemigos: los rivales Cainitas de su amo.