Caronte salió de su exilio autoimpuesto en la Torre de Ónice y contempló el Imperio. Vio el caos en las Necrópolis, y los Espectros destrozándolo todo a su paso en las tierras de los mortales, y ofreció una gratificación a todos los wraiths que fueran a destruir Espectros, y traer sus orejas, sus dientes u otras partes convincentes de esas bestias tes. Y así se fundaron los Cazadores, que persiguen a todos los Espectros de las Necrópolis a cambio de una recompensa.
LA GUERRA DE LOS MUERTOS
Los Espectros también se deslizaron en las capitales europeas, y sus danzas invisibles estuvieron presentes en la caída del zar de Rusia, y la matanza en España, y la desgracia del pueblo alemán. Allí, uno llamado Hitler se aprovechó de la inseguridad de su gente y precipitó a los reinos de Europa a otro choque en los campos de batalla, y de nuevo millares y millares de wraiths fueron enviados a través de las carreteras de las Necrópolis durante la Segunda Guerra Mundial.
La guerra también llegó al Pacífico, y Caronte halló adecuado hacer la guerra contra el Emperador del Jade, que había atacado ciertas Necrópolis. Grandes barcos de guerra, acorazados de hierro estigio, navegaron por la Tempestad y batallaron con los navíos de jade del Reino Oscuro. La Tempestad engullía los armazones destrozados de los barcos, y los cielos explotaron con el sonido de sus misiles, una contienda por la suerte de todas esas almas estigias que morían a miles de kilómetros de la Isla del Pesar, para que pudieran ser entregadas bajo la tutela de la gran Ciudad de Caronte.
EL PRECIO DE NUESTRO ODIO
Me provoca escalofríos recordar lo que vi sobre los Sin Reposos durante la segunda Guerra Mundial. Con las legiones de los soldados empezaron a aparecer en las Tierras de las Sombras enormes cantidades de otros wraiths de los reinos exteriores de Polonia y Rusia, familias enteras de hombres, mujeres, niños y ancianos abuelos. Venían, y venían, y no paraban de llegar, desgarrando el Manto, desnudos y con las cabezas afeitadas, llenos de cicatrices, cortes, latigazos y golpes. Sus chillidos agudos me atravesaban. Y había una pestilencia en el aire cuando llegaban, un hedor a quemado.
Eran los hijos de Abraham, de Moises, David y Salomón. Todos venían a las Tierras de las Sombras, y nadie sabía el motivo. Y entonces descubrimos el porqué, y me quede helado como el fantástico hielo infernal que había imaginado en vida. Estaban siendo asesinados, exterminados completamente, sus cuerpos amontonados en pilas que se descomponían y transportados a inmensos osarios donde eran quemados. Este era el olor en el ambiente, y no se desvanecía. Los observe a todos ellos, y aspire profundamente el hedor a odio, y recordé la época de la Abominación, cuando los Herejes y Renegados hicieron la Matanza en las tierras obsidianas y eliminaron un pueblo. No podía imaginar que tal cosa pudiese acaecer de nuevo. Estaba terriblemente equivocado. ¿Quién podría explicar estas agonías, amontonadas en rápida sucesión ante nuestra temblorosa mirada?