“Sígueme, y te daré lo que desea tu corazón. Adórame, y te convertiré en un dios”.
Los Heraldos, la primera creación y la más perfecta de Dios, portaban el estandarte del Señor, llevando Su luz a todos los rincones de la Creación. Ellos, primeros entre todos los ángeles, eran los líderes y los príncipes de los Celestiales, radiantes ejemplos de todo lo que era glorioso y recto a los ojos de Dios.
Ante todo, el deber de la Primera Casa consistía en transmitir la voluntad del cielo a las Casas de la Hueste, darles instrucciones acerca de su papel evolutivo en la creación del cosmos. Los Diablos cargaban orgullosos con esta enorme responsabilidad, apareciéndose a sus compañeros sólo cuando era absolutamente necesario, pero la libertad de alterar el rumbo del cosmos a discreción, se convirtió en una fuente de soberbia que contribuyó a la Caída.
Cuando hubo culminado finalmente el Gran Designio con el nacimiento de la humanidad, los Celestiales se vieron sorprendidos por la orden del Creador de permanecer invisibles y permitir que la humanidad descubriera su potencial sin ayuda. Su insatisfacción encontró voz en el más excelso de sus filas, Lucifer el Lucero del Alba.
Al final, casi la mitad de los Heraldos decidieron aliarse con el Lucero del Alba, un porcentaje de deserciones mayor que en cualquier otra Casa Celestial. Malditos ahora cómo Diablos, estos subversores se convirtieron en los generales, líderes y héroes de la rebelión. Armados con asombrosas dotas de mando e inspiración, los Diablos se propusieron guiar a la humanidad hacia una nueva era, y animar a los mortales a renunciar al Creador. Pero conforme se alargaba la guerra, los Diablos se distanciaban cada vez más de los humanos que antes habían amado. Los Diablos pasaron de ser héroes y protectores a demagogos y dictadores, manipulando a sus peones humanos con palabras edulcoradas y mentiras envenenadas. Llenos de orgullo y desafío, los diablos se negaban a creer en la posibilidad del fracaso… hasta que se impuso el Cielo y los demonios fueron apresados en las tinieblas del Abismo. Con Lucifer desaparecido, los demás demonios se sublevaron furiosos contra sus antiguos líderes. Para defenderse —y enmascarar sus propias dudas— los Diablos utilizaron sus poderes de carisma y subterfugio para que los demás demonios se enfrentaran entre sí.
Pero ahora las barreras que rodean el Infierno han caído y muchos Diablos han regresado al mundo de los mortales. Para aquellos Diablos devotos aún del Infierno, ha llegado la hora de que la humanidad recuerda glorias pasadas y se someta al servicio de la estirpe demoníaca. Los Diablos caídos que aspiran a la redención disponen de otra oportunidad: salvar a los humanos de los males que amenazan con destruirlos, forjar una nueva Utopía para mortales y celestiales por igual y demostrar quizá que la cruzada de Lucifer era justa.
Facciones: Los Diablos son criaturas intensamente políticas, manipuladores que viven para controlar y usar a los demás. Ellos forman los escalafones superiores de varias de las principales facciones y gobiernan a los demás demonios como hicieran antes en el Cielo. No es de extrañar que la mayoría de los Diablos comulguen con el Luciferismo, leales aún a la visión del primer y mayor rebelde. Siguen todavía el sueño de expulsar al Creador de Su trono y conducir a la humanidad a un futuro glorioso.
Después de los Luciferinos, muchos Diablos se sienten atraídos por los Fáusticos. Aunque antaño los Heraldos anhelaban el amor y el respeto de la humanidad, estos Diablos han decidido que la adoración y la fe mortales constituyen una recompensa igualmente satisfactoria. Respaldados por el poder de la humanidad, los Fáusticos luchan por construir un imperio sobre la Tierra, donde los Diablos sean los primeros entre iguales. El misterio de la desaparición de Lucifer atormenta a los Diablos más que a cualquier otro demonio, pues era el más destacado de ellos y su pérdida sumió a los Diablos en un mar de dudas y pesares. Por este motivo, muchos Diablos se tornan Crípticos, desesperados por descubrir la verdad acerca de la Caída, su mentor, y el verdadero motivo de su condena. Los Heraldos profesaban verdadero amor a la humanidad, y algunos Diablos sienten todavía los ecos de ese amor.
Estos Diablos constituyen una minoría dentro de su Casa, y se sienten atraídos por la facción Reconciliadora. Si pueden reconstruir el Edén, razonan, quizá puedan ganarse el perdón de Dios… y lo más importante, el perdón y el amor de la humanidad. Pocos Diablos militan en la facción Voraz. Aceptar el fracaso de la guerra y abrazar la destrucción equivaldría a admitir que la rebelión de Lucifer fue un error, y casi todos los Diablos son demasiado orgullosos y arrogantes para aceptar algo así. Pero sí que hay algunos Diablos que han sucumbido a la duda y el remordimiento, y no aspiran a nada más que destruir el mundo que les recuerda su temeridad y su desgracia.
Preludio: Los Diablos son criaturas sociales, carismáticas y manipuladoras, y en la Tierra se sienten atraídos por aquellos mortales que comparten esas aptitudes y han perdido su alma en la búsqueda del poder y la influencia. También llamará la atención del Diablo la tendencia a utilizar otras personas como herramientas, controlar a los que te rodean y cultivar seguidores y parásitos. Un buen ejemplo de este tipo de personas serían algunos políticos, ejecutivos, músicos, actores y predicadores con carisma. Ya sean resplandecientes caballeros del Cielo o negros paladines del
Infierno, los Diablos siempre serán héroes: el vivo ejemplo del corazón como solución a la adversidad de la situación. En el corazón del alma corrupta de un Diablo late una chispa de heroísmo y nobleza, aunque sea retorcida, y responderán a los mortales que posean dichas cualidades. El Diablo podría poseer a un policía condecorado que haya perdido el alma por culpa de la corrupción o la violencia gratuita, una madre que proteja a sus hijos del maltrato del padre interponiendo para ello su cuerpo y su alma, o un político antes idealista y ahora aplastado por el peso del escándalo y el doble juego.
Fe: Los Diablos son maestros de la manipulación, capaces de acceder a los deseos y debilidades de un mortal a primera vista, o de dirigir a toda una multitud de seguidores moviendo un solo dedo. Se podría pensar que a los Diablos debería resultarles sencillo conseguir Fe de los mortales… y es cierto que a menudo tienen más éxito que otros demonios, pero el proceso de ganarse la Fe de los mortales nunca está exento de esfuerzo, e incluso los mayores impostores del Infierno tienen que luchar por su preciada energía espiritual.
El término “culto a la personalidad” describe a la perfección el séquito de esclavos del Diablo. La formación de un grupo de adoradores suele ser la prioridad fundamental de los Diablos, y aprovechan para ello el filón más abundante: los seguidores mortales. La secta de un Diablo puede recordar una organización de ventas piramidal, en la que cada nuevo adorador busca y recluta nuevos miembros susceptibles de sucumbir al carisma del Diablo. Así, el Diablo no tarda en verse rodeado de devotos que lo adoran como a un dios, la posición que ansiaba desde la Caída.
Creación del personaje: No es de extrañar que los Diablos tiendan a enfatizar sus Atributos Sociales, sobre todo la Manipulación y el Carisma. Muchos Diablos exhiben asimismo fuertes Atributos Físicos, debido a su posición de líderes de guerra y paladines. Los Atributos Mentales no son tan importantes para ellos, aunque muchos Diablos gozan de una elevada puntuación en Astucia, dado que mentir eficazmente exige talento para la improvisación.
No hay otra Habilidad tan útil para un Diablo como el Subterfugio, y casi todos los miembros de esta Casa exhiben altas puntuaciones en este Talento. Muchos Diablos refuerzan sus Habilidades físicas y de combate, que reflejan su papel de comandantes y héroes en el pasado; Atletismo, Pelea y Armas Cuerpo a Cuerpo se cuentan entre las opciones predilectas.
Tormento inicial: 4
Saberes de la casa: Saber de los Celestiales, Saber de la Llama, Saber del Resplandor
Debilidades: El recuerdo de su antigua nobleza es algo que todo Diablo intenta olvidar y ninguno puede. Los Diablos saben que antaño fueron los príncipes perfectos del Cielo, pero por mucho que intenten fingir lo contrario, su existencial actual es una caricatura de aquella perfección. Su encarcelamiento atemporal en el Infierno ha llenado a muchos Diablos de dudas, pesar y vergüenza, emociones que nunca podrán expresar. Atormentados por estas sensaciones, los Diablos sucumben a actos de valentía temeraria y coraje quijotesco.
Estereotipos
- Azotes: Los demonios de la salud y la enfermedad gozan del respeto de los Diablos. Los Azotes pueden sanar a los dignos o infectar a los insolentes, lo que proporciona a los Diablos instrumentos adicionales con los que manipular a los humanos.
- Corruptores: Aunque los Diablos vean con malos ojos que los Malefactores manipulen a los humanos, tienen muchos menos problemas con los Corruptores. El Diablo y el Corruptor que unan sus fuerzas podrán señalar cualquier debilidad humana. Ambas Casas, en ocasiones rivales, suelen ser habitualmente aliadas.
- Devoradores: Como antiguos líderes de la Guerra, los Diablos respetaban a los Devoradores por sus dotes para el combate, pero ahora los consideran en su mayoría reliquias tan violentas como impredecibles.
- Malefactores: Los Diablos suelen menospreciar a los artesanos e inventores del Infierno. Los Malefactores son a su vez adeptos manipuladores de los mortales que actúan a distancia valiéndose de sus condenados artefactos, y los Diablos lamentan esta intromisión en su terreno.
- Perversos: Las primeras estrellas fueron Heraldos, dirigidas por los ángeles que se convertirían en los perversos. Los Diablos y los Perversos tienen un largo historial de colaboraciones. Los Diablos confían en los Perversos para que les proporcionen sabiduría, detecten defectos en los planes de batalla y compartan con ellos nueva información referente a las debilidades humanas.
- Verdugos: Los Diablos siempre se han considerado superiores a los Verdugos, los últimos ángeles que creara Dios. Los Diablos se ven a sí mismos como príncipes, mientras que los Verdugos no son más que enterradores y aves carroñeras.