Cuando aún La Casa de Tremere pertenecía a la Orden de Hermes, se encaró una monumental obra de ingeniería, la construcción de la más poderosa de las capillas. He aquí el relato del ritual que se llevó a cabo para consagrar el terreno donde sería edificada.
Veinte años antes del cambio de milenio, siete hombres y mujeres se reunieron en los bosques montañosos de Transilvania. Se agruparon en una prominencia rocosa proxima a un tosco sendero. Se apelotonaba el anochecer en el cielo, como ahuyentando al sol hinchado y se tragaba las últimas nubes teñidas de naranja.
Si bien la belleza del momento resultaba algo extraña, seguia siendo belleza.
Encabezaba la comitiva un hombre alto, de ojos negros como el cabón: Tremere, guía de la casa que lleva su nombre, quíen estuvo a punto de convertirse en el dirigente absoluto de todos los magi de Europa. Los flaqueaban sus prelados de confianza, el ferviente Goratrix y el comedido Etrius. Frente a él se encontraba la plácida y reconfortante Meerlinda. Arundinis, Anguisa y Ponticlus completaban el círculo de los siete.
Goratrix había estudiado la zona, había ingeniado el ritual y había elegido el equinoccio de otoño como el momento propicio para la inaguración. Ese seria el lugar donde se erigiría Ceoris, la joya de la corona de la serie de capillas que Goratrix había repartido por toda Transilvania. La totalidad del territorio era muy rica en Vis (quintaesencia), la matria prima que los magos utilizan para proporcionar energía a sus obras. Aque lugar, según los cálculos de Goratrix, albergaba la veta más abundante.
Aquel lugar requeria unas defensas extraordinarias, acordes con el gran poder que ofrecia. No seria tanto una torre de sabiduría como una fortaleza de supremacia, una parapeto desde el cual se divisaba el paisaje sobrentural en cientos de laguas a la redonda. Una construcción de aquel tipo se ajustaba a la perfección al temperamento de Tremere.
Pero primero había que consagrarlo. Los últimos rayos del sol se filtraban en el cielo. Goratrix comenzó el rito. Extrajo la mitra de oro de su bolsa y desenroscó las siete partes que lo componian, para darle una a cada participante. La cabeza del báculo fue para Tremere. Goratrix reveló el cáliz de las esferas, vertió en el, el vino añejo que había encontrado en Runcu, para adulterarlo con la sal de Thoth. Se lo entregó primero a Tremere, quien bebió de él y se lo devolvió. También Goratrix dió un sorbo, antes de pasarselo a Etrius y al resto de los siete. Le hizo una seña a su escudero, quién le estaba esperando, y sopló un cuerno de caza para advertir al resto de la servidumbre de que debían darse vuelta. Así lo hicieron. Se desprendieron de sus hábitos y expusieron sus flácidos cuerpos al frío viento. Goratrix preguntó si alguno deseaba ofrendar un sacrificio mayor que el suyo. Él proporcionaria las raíces, la semilla, el tronco del gran árbol que iba a ser Ceoris. Invocaría el poder del axis mundi, el mítico árbol del mundo, que es el centro de toda la existencia.
Tremere le hizo entrega de la hoz. La asió con la mano derecha, al tiempo que acercaba la izquierda a su entrepierna. Al parecer, creía que bastaría con un único golpe de hoz, para amputarse el falo. Más no fue así.
La carne no siempre se rinde, ni siquiera ante el acero, Goratrix tuvo que cerrar. De la herida manaba sangre, al igual que agua de una fuente. Nadie dio un respiro siquiera. Goratrix poseía la magia para lograr que su cuerpo se cure y los presentes ya se habían vuelto inmunes a la parafernalia de los rituales oscuros, tras cogerle gusto a las páginas más espeluznantes de sus tomos. Se sabía que cualquier sobresalto, cualquier vacilación en el cántico que entonaban, echaría a perder la magia. Goratrix hizo una mueca, saco fuerzas de su flaqueza, extirpó lo que aún quedaba por cortar y lo sostuvo en alto, a la vista de todos. Con paso tambaleante lo colocó en el lugar indicado.
Pontículus no pudo controlarse, intentó constreñir su garganta. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Las rodillas lo traicionaron y se doblaron. La purga de su estómago, la bilis le subió a la boca y de allí al exterior. Su destino era solo uno.
Tremere debió hacerle un gesto con la cabeza a Goratrix, sancionando lo inevitable. A pesar de su herida, Goratrix reunió las fuerzas necesarias para adelantarse y degollar a Pontíclus, empleando para ello la misma hoja con la que se había mutilado a si mismo.
Arundinis y Anguisa, sin mediar palabra, extrajeron sendos cuchillos de las bolsas de las túnicas que se habían quitado antes y se pusieron manos a la obra sobre el cadaver de Pontíclus. Cortaron su carne y serraron sus huesos.
Etrius tomó el mando durante el resto del ritual. Sacó una saca de tierra Cretense y la vació en el centro del círculo. Esperó a que terminaran Arundinis y Anguisa, antes de levantar la cercenada cabeza, jalándola de los cabellos, para depositarla en el montón de tierra.
El rostro de Etrius traicionaba la pregunta que le rondaba la cabeza. Ahora que debia enterrar la cabeza en el montón de tierra ¿Dónde pondría el falo de Goratrix?. Etrius estudió la expresión de este último, nadie podía pronunciar palabra. Etrius tendría que tomar la desición.
Etrius forzó la boca con los dedos, he introdujo el sacrificio de Goratrix allí, para luego cerrarla, y cubrir la cabeza con la tierra. Los otros seis magis completaron el conjuro. Volvieron a vestirse. Etrius se aclaró la vos con un fuerte carraspeo. Cuando el sirviente de Goratrix lo oyó, tocó el cuerno. Arundinis y Anguisa condujeron a Goratrix a una tienda, donde Meerlinda llevó a cabo los hechizos necesarios para detener la hemorragia y comenzar el proceso de regeneración.
La construcción comenzó al despuntar la primavera.
Los equipos de criados peinaban la ladera, explorando y dibujando mapas de sus muchas cavernas naturales. Los constructores y los mineros le hacian consultas a Goratrix, más hosco de lo habitual durante el invierno de su segunda pubertad, para pulir detalles del proyecto de ingeniería más ambicioso desde la caída de Roma. Goratrix quería algo resistente, algo mundano, que fuese su baluarte contra las criaturas: combatientes curtidos en batalla, murallas reforzadas, cepos para osos, un puente levadizo, trampas.
Una pequeña legión de masones, carpinteros, mineros, labradores, herreros, carreteros y albañiles se afanaban como si de hormigas se tratasen, bajo la supervisión del jefe de ingenieros de Goratrix.
Etrius mejoró por métodos mágicos las fortificaciones de Ceoris. Creó una inmensa fisura en la tierra, cavando así una trinchera de kilómetros de profundidad alrededor de la capilla montañosa de Goratrix.
Cuando la obra se hubo dado por concluida, Goratrix y Etrius examinaron la lista de empleados que habían trabajado en la construcción. Seleccionaron a los hombres que sabían más de lo conveniente acerca de la nueva fortaleza. Les dijieron a los magi más escrupulosos de la casa que se les podía borrar la memoria a los trabajadores por medios mágicos, antes de que partieran de regreso a sus diversos países de origen. Se despertarían de su sonambulismo con dinero en las bolsas y nunca dejarían de preguntarse cómo habría llegado hasta allí.