• 25 Aniversario

El Ansia, la Caza, la Alimentacion y el Desenlace

Exposición – El Ansia

Cada anochecer te despiertas y algo está mal. Estás hambriento.

Recuerdas otros anocheceres, anocheceres de otra vida.

Te levantabas, tu estómago revolviéndose en tu interior, rugiendo. Caminabas sobre el suelo, la piedra fría bajo tus pies. Comías pan correoso que sabía a levadura y queso fuerte y salado, bajándolo con una cerveza simplona y vuelta a dormir. Sentías los trozos de comida entre tus dientes. La musgosa sensación de una boca sucia según te removías en la cama y te echabas las sábanas sobre la cabeza para mantener fuera la oscuridad.

El recuerdo parece tan lejano. Siempre te preguntas porqué te molestas en recordarlo.

Te levantas y algo está mal. Estás hambriento.

Estás sólo. Paladeas la palabra “hambriento” en tu boca. Se pega a ella, como una palabra que conocías, que estás tratando de traducir a otra lengua pero no puedes. Algo se pierde al traducirla. Se pega en tu garganta.

Tu boca está seca. Suele estar seca.

Hambriento es lo mejor que puedes describir esa sensación. Pero tu estómago nunca ruge, jamás. Tú ruges. Sientes una carencia. Y aun así, has mejorado mucho desde los días en los que deseabas pan y queso. Más rápido, más fuerte, más profundo, más astuto. Pese a todo, un vacío en tu interior bosteza. El rugido proviene de su interior. La exigencia. Grita el precio de tu existencia, el deseo de tu corazón muerto. Aúlla.

Ansia. Puede que “ansia” sea una descripción más ajustada. Aun así, te aferras a la palabra “hambre”. El hambre puede saciarse. El hambre tiene la esperanza de ser saciada.

Estás despierto. Algo está mal. Estás hambriento.

Comiste ayer. Esta húmedo, y pegajoso, y caliente. Te recordó a que en vida, en el clímax del éxtasis, jadeabas, temblabas, sudabas. Ahora nunca respiras. Nunca te estremeces. Nunca sudas. Sientes hambre.

Ahora engulles. Engulles, lames, sorbes, succionas. Preciosa y caliente sangre llena tu boca, inunda tu garganta. El Hambre en tu interior se derrite, disuelta por lo que codiciosamente has tomado. Tu codicia la sacia.

Pero eso fue ayer. Ahora es hoy.

Despierto. Hambriento.

Ayer.

Hoy.

Siempre.

Muchos pasan hambre en la Oscura Edad Media. La seguridad alimentaria significa la diferencia entre la vida y la muerte. Un gobernante que controla la distribución de la comida por la tierra amasa el poder y atrae las miradas y la ira de quienes tienen la boca abierta y el estómago vacío. Hay que matarla y prepararla. La comida se cocina sobre el fuego en nuestros hogares. Todo lo que no pueda comerse es cuidadosamente preservado y almacenado para los malos tiempos. La comida suele compartirse y la gente está agradecida por ello. Se rezan oraciones y realizan sacrificios por las buenas cosechas y el buen tiempo para asegurarse que, al menos, la gente llene sus estómagos.

Y luego estás tú, el vampiro. No puedes tomar parte en el festín a tu alrededor. La comunión al alimentarse, tan importante en este tiempo, te está prohibida. Te hace enfermar. Y aún más cruel, el alimento que necesitas se apretuja en torno a ti, tentándote con su olor y vigor.

Los festines y la hambruna te afectan igual que a los humanos que se arremolinan a tu alrededor. Los alimentos que adorabas en vida pueden tentarte o repelerte ahora, los recuerdos de su textura y su sabor son una carga. El hambre que sientes es más que la necesidad de sustento. Es una carencia, muy en el interior, que debe ser satisfecha. Es destructiva, y te carcome. El poder que te confiere tu sustento lo hace aún más tentador. La naturaleza y el alcance de lo que necesitas no hace nada por disminuir tu deseo. Necesitas sangre. Puedes olerla a tu alrededor. Sabes dónde conseguirla. Está a tu alcance, y aun así no puedes satisfacerte. Estás tratando de mantener una conversación con el sacerdote que tiene información de adónde puede haber ido el monje en cuestión. Y al tiempo puedes oler el dulce aroma de su sudor, sentir el calor pulsando en su cuello y oír el latido de un corazón aún vivo en su pecho.

Debes sopesar tus oportunidades. Debes alimentarte antes de volverte demasiado débil, demasiado vulnerable. Sea lo que sea que te hayas dicho a ti mismo que es la razón de tu naturaleza, has de tener en cuenta la Bestia que gruñe y ruge en tu interior. ¿Cómo de hambriento te permites llegar a estar? ¿Cómo de cerca de los humanos caminas cuando tu Ansia araña el mismo borde de tu fría y muerta piel? ¿Qué haces para evitar ir más allá antes de lo que nadie esperaría y tomar lo que deseas?

Acción – La Caza

Si pudieras salivar, la saliva caería de tu boca. Babearías.

La calle está llena de ellos. Caminan por la calle. Algunos portan antorchas. Algunos tienen un destino. Otros vagabundean. Símbolos sagrados cuelgan de sus cuellos y muñecas. Los símbolos nunca enmascaran el olor. El olor a piel sucia y caliente, y bajo ella, aún más caliente, está el embriagador e intoxicante olor de su sangre. Su piel es tan suave, tan fina. No enmascara la fragancia de lo que tomarías de ellos.

El edificio está lleno de ellos. Cierran sus puertas. Cuelgan sus amuletos en los umbrales. Esos objetos no tienen ningún poder sobre ti. No pueden disuadirte. No te sacian y por ello no pueden detenerte. El calor del edificio es el calor de aquéllos en su interior. Deseas enterrar ese calor en lo profundo de tu ser.

Cuando hablas con ellos, el hambre interior se revuelve. El abismo se ensancha según te invita a entrar. Hundirte en lo profundo. Hundir tus dientes profundamente. Si pudieras salivar, babearías. La baba chorrearía de tu boca. Caería en su cálida piel.

Has encontrado a alguien. Has expuesto tus razones y tus excusas. Es casi romántico. Es ésta, te dices. Si pudieras salivar, te limpiarías la boca con la mano.

La luz de las antorchas baila a tu alrededor. La luz es para la víctima. Les hace sentirse a salvo. Tú podrías verlas en la oscuridad. Las has marcado. Puedes sentirlas.

La anticipación te espabila. Tu presa camina y tú la sigues.

A veces les sigues en las sombras, lejos de los brillantes dedos anaranjadas de las antorchas, anarajados dedos entrometidos. A veces les sigues a plena vista. Tus razones y excusas te espolean. Tus pies sobre caminos sucios, a través de hierba alta y seca, caliente y polvorienta arena, descuidados adoquines de una calle más joven que tú, sobre las lisas piedras del suelo de un templo.

Tragas con dificultad. Un gesto reminiscente de otra vida. Tu boca estaría salivando. Tus pies son tan silenciosos. Si tus presas sospechasen algo, pero no sospechan de ti. No sospechan qué eres. Lo que harás. De tu cuerpo, muerto pero vivo, no proviene ninguna reacción. Aún acechas. Sigues. Te acercas.

Tu hambre es una bendición. Es un don. Te garantizará el éxito. Te ata a tu presa. Ésta es la elegida.

La paciencia se recompensa con éxito. El éxito se torna sorpresa. Sientes su corazón latir con más fuerza. El hedor del miedo.

Eres real. Al fin. Ven lo que eres. Ven que son la presa y tú eres el depredador. Ven que es demasiado tarde. Aun así, corren. Y tú les persigues.

Si tu boca pudiera salivar, estarías babeando. Al menos puedes echar tu cabeza hacia atrás y reír.

Dependiendo de tu vida y ética personal, puedes evitar alimentarte tanto como puedas. O puedes abrazarlo como un rito de tu gente, sabiendo que pronto la Bestia que yace enroscada en tu interior será capaz de golpear y saciarse. Al final, decidirás que es el momento correcto y te dedicarás a la Caza.

Algunos vampiros tienen rituales o parámetros dentro de los que Cazan. Pueden hacer a un lado la Caza durante ciertos días o fases de la Luna, o las estrellas pueden mostrar el momento para comenzar a buscar a tu víctima. Otros simplemente esperan hasta que el Ansia azuce a su Bestia hasta apuntarla, encontrando el momento justo en el que sus sentidos se afilan hasta ser el delicado instrumento que necesitan para tomar a su presa.

Igual que los cazadores humanos poseen muchas metodologías y objetivos, también los tienen los vampiros. Algunos no diferencian y simplemente toman al primer desafortunado que pasa mientras esperan. Otros buscan individuos concretos o frecuentan ciertos lugares, donde saben que es más probable que pase la clase de presa que buscan. Algunos pueden estipular rebajar la crueldad que están a punto de ejercer sobre quienquiera que caiga en sus garras. Pueden poner un cebo a su presa, razonando que es algo compasivo. Al menos la presa tiene el estómago lleno y ninguna preocupación antes de ser despachada. La Caza puede tener lugar durante el transcurso de la noche o a lo largo de un largo período de tiempo. El vampiro puede acechar a su presa abiertamente o desde las sombras. ¿Por qué? ¿Quizás para acentuar las conexiones, para darle más sentido a la alimentación? ¿Como desafío?

Los vampiros no están solos, acechan los antros, las calles y las carreteras de la Edad Oscura. Los charlatanes y los pícaros buscan carteras y bienes. Los trabajadores del sexo buscan clientes, venden su mercancía sin mostrarla primero. Los inquisidores buscan con audacia a herejes mientras alzan sus antorchas. Los cazadores de brujas y aquéllos afines a la búsqueda de los sobrenatural en la oscuridad, atisban tras el velo entre los mundos, raído y atenuado cuando el Sol es sólo un recuerdo. Todos los que permanecen fuera durante la noche tienen sus razones para hacerlo.

La Caza es diferente del hambre. Durante el hambre, el vampiro es muy consciente de que está desconectado del resto de la población humana, en todas las facetas que pueda suponer. Durante la Caza, el vampiro primero se involucra con la presa. Sus sentidos, agudizados e intesificados, ven, huelen y oyen cosas de las que la presa no es consciente, la promesa del sabor incita al vampiro tanto como le fuerza a mantenerse bajo control. Se centra en quien desea. La imperiosa intimidad resulta inminente. La Muerte resulta inminente. No pueden saberlo o huirian. Si huyen, pueden gritar y el cazador puede convertirse en presa.

Tu crónica puede requerir que apartes los ojos de tu objetivo. Puede requerir que involucres en la Caza a un mortal que de otra forma no perseguirías en beneficio de una organización o individuo que busca la defunción de un lastre. Puede apartarte de tus territorios de Caza o forzarte a cambiar tu metodología. Otros acechan en las horas del anochecer. Pero ninguno está buscando lo que tú buscas, ninguno por la misma razón. La Bestia desea y el ego pelea por dirigir. Debes medirte frente a tu hambre y marcar el ritmo de la búsqueda de lo que necesitas. Lo tendrás. La cosa es cuándo.

Clímax – La Alimentación

Agárralo. Sujétalo. Estiras tu boca. Muerdes con fuerza. Los dientes rasgan piel, músculo, venas. Blando, duro, chicloso, caliente. Tu boca no se contendrá.

El miedo dispara sangre caliente y espesa a tu boca. Sale a borbotones. Quiere dejar su cuerpo. La sangre se extiende lascivamente por tu lengua. Te elevas. Es más pasional que el más sensual de los besos. Es más satisfactorio que las más delicadas exquisiteces, más embriagador que el más arrebatador vino y más liberador que el más sagrado rito religioso. La Bestia tiene lo que quiere, y aun así pide más. Y aquí viene. Cae a borbotones. Fluye libremente, como una ofrenda, para ti.

Todas tus razones y excusas se derriten. No hay necesidad de justificaciones. No hay juicio. No hay condena. Sólo estás tú. Sólo tu boca. Sólo sangre caliente. Sólo un cuerpo presionado contra el tuyo, tan cercano, tan generoso. Sangre. Tu boca está empapada de ella. Y aun así, sigue llegando.

Alimentarse es la paradoja definitive de un vampiro. Es el vibrante y extático encuentro de dos cuerpos, una intimidad que nunca puede replicarse. Y al tiempo, el acto aleja al vampiro de la humanidad, empujándolo más adentro, más profundamente en la oscuridad según la luz de la víctima humana se apaga. En el acto de la alimentación, estas dos acciones contradictorias se abrazan, mezclan y fusionan.

El acto de alimentarse es violento. Incluso cuando se hace tranquilamente, con cuidado, sobre una víctima sedada o durmiente, sigue siendo desgarrar la carne para poder derramar sangre. Es Cainita contra Seth. Es Caín asesinando a Abel de nuevo, eliminando la gloria que el humano podría haber traído al mundo. La sangre, generalmente reservada para las deidades y los demonios, cubre tu garganta, fluye a través de tus miembros, fortaleciéndote.

La excitación de la persecución conduce al arrebato de la alimentación. Más embriagadora que cualquier rito bacanal, en ese momento eres un Chiquillo de Caín. Cada vampiro tendrá sus propios métodos y rituales para alimentarse, pero el deseo de vaciar a la víctima y dejarla seca y pasar a la siguiente es fuerte. La Bestia ya no se escabulle por tu vida nocturna. En ese momento es tu vida, y si no puedes contenerla, se encolerizará incontrolable. No desea permanecer en la jaula de las reglas y los rituales, sólo invocada para realizar ciertos trucos. Quiere hundir sus terribles dientes y aplastar hueso, sorber sangre y chupar el tuétano de aquéllos a quienes atrapa.

Cada alimentación es la concluyente evidencia de que no eres humano. Cada vez que te alimentas es la frenética proclamación de tu nueva, poderosa y terrible herencia. Cada gota de sangre ajena que te satisface te hace más fuerte, mejor. Más duro. La piedad se muestra a tu antojo. El hábito de matar y el rugido de la Bestia hacen que cada vez que tomas de la vasta fuente de la humanidad sea más fácil. Anhelas el día en que puedas saciarte, incluso cuando la sangre llena tu boca. Depende de ti refrenarte, desvincularte de esta efímera conexión y forzar a tu Bestia a retirarse tras los arreos de la ley y las reglas que usas para contenerla.

Te hartas tanto como osas. Tanto como puedes permitirte. Tanto como tienen. Estás lleno. Pero no estás saciado.

El Desenlace

Todo lo que te atrevías a tomar ha sido dado. El calor fluye a través de ti. La sangre en tu interior es fresca.
El suceso es reciente.

No ha sido dada. Tú la has tomado.

La Bestia interior se ha hartado. Y aun así, quiere más.

No es el momento de saciarse. Incluso cuando tu cuerpo puede contener más sangre, sigue buscando más.

Busca la destrucción. Busca respuesta. Busca justificación.

Devorarías todo en su camino, como esas deidades de antaño hicieron una vez. Los huesos se quebrarían, la piel se desgarraría y la sangre salpicaría tu frío y lujorioso rostro. Los gritos se alzarían al cielo y gorjearían, se apagarían y luego callarían bajo tu terrible boca.

La satisfacción huye de ti al tiempo que su verdad entra en tu mente, mezclada con estimulante sangre.

Tu cara está pegajosa y lames tus labios. Aún quieres más. Nunca es suficiente. Las distracciones de la política, el conocimiento, viajar, las traiciones, las amistades y las vendettas nunca son suficientes.

Te muerdes el labio. Sabes a la sangre de algún otro. A alguna otra cosa. A algo distinto a ti.

Ellos estaban vivos. Ahora están muertos. Y tú estás solo. Enfriándote según la Bestia gruñe por sólo un poquito más. Sólo una más. Para siempre.

Si pudieras llorar, las lágrimas caerían de tus ojos.

Un ladrón, tomas lo que no es tuyo. Un asesino, apagas la vida de los desprevenidos. Un mentiroso, hilas verdades y mentiras para ocultar tu secreto.

Atiborrarse de sangre llena al vampiro de emociones y habilidades hiperbólicas. La Bestia se acalla y todos tus sentidos se aceleran y agudizan, capaces de funcionar sin los susurros constantes para que te alimentes. La compañía humana se vuelve más tolerable, su aroma no resulta tan tentador.

Pero, al final, el subidón desaparece. La comprensión se asimila. Esto puede ocurrir cuando tu víctima aún yace sobre tu regazo y sus miembros ya se quedan rígidos entre los tuyos. Puede ocurrir tras algunas semanas, cuando los primeros pinchazos del Ansia comienzan a roerte, tus anteriores alimentaciones parecen fútiles. Tus recuerdos son afilados en tu mente. Los cuerpos y las víctimas se apilan. Cada alimentación lleva a otra. Tú y los de tu clase permanecéis relegados a las sombras. Tus parientes y compañeros de Clan os estiráis una y otra vez, luchando y alimentándoos, ¿hacia qué? Consumís gente y la vigiláis, y pueblos y ciudades mueren, caen, se pudren.

El subidón por alimentarse es agudo y glorioso cuando se adueña la psique vampírica y en sus efectos sobre el cuerpo Cainita, pero al final a todos los vampiros se les pasa el efecto. Algunos vampiros se derrumban con fuerza, volviéndose terriblemente deprimidos y macabros.

Otros son simplemente más estoicos. El resto puede evitar hablar del creciente vacío que se abre en su interior según la sangre fresca se vuelve vieja y luego se gasta durante la no-vida que los sustenta a todos ellos. La Bestia, saciada, duerme y el vampiro queda a solas con sus pensamientos para considerar su lugar en el mundo. Las distracciones de las obligaciones sociales y relacionadas con el Clan pueden permitir que el Cainita se centre y se recupere de la cruenta ordalía que es alimentarse. Pero, al final, la Bestia se revolverá de nuevo. Y el Ansia prenderá de nuevo.

Este ciclo sin fin se manifestará de forma diferente para cada vampiro en la partida. Algunos abrazarán todos los aspectos; otros prolongarán algunas partes, evitando otros estadios. Pero ningún vampiro puede liberarse de esto: la necesidad de sangre y todo lo que conlleva. Cómo decides interactuar con humanos cuando estás hambriento, cómo decides alimentarte cuando lo haces, y las excusas y mentiras que te cuentas a ti mismo para ayudarte a terminar por salir adelante serán específicas tuyas. Otros vampiros también se ven aplastados por este ciclo de voraz deseo y exultante placer, incluso aquéllos que abrazan su naturaleza vampírica por completo. Los famélicos y los que se dan festines, todos ellos caminan por la sombras de la Oscura Edad Media. No hay escapatoria de este ciclo. Cómo te aproximes a tu propia naturaleza vampírica afectará a tus compañeros y a tu lugar en la sociedad Cainita.

Tiburk

Un amante de los juegos de rol...

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