Cuando el Imperio de los Animados estaba al borde del desastre, el malestar llegó a las Tierras de las Sombras y se hizo evidente entre todos los wraiths. Muchos hablaban de grandes agrupaciones de Espectros, con sus brillantes y aborrecibles miradas. Los Roídos por la Sombra aparecieron en cantidades en cada rincón imaginable, sembrando el odio, la destrucción y el Olvido. Pronto corrió la voz que habían entrado en el mundo de los Animados, Encarnando a las tribus indómitas que cargaban sobre la misma Roma.
A su muerte, los espíritus de esos bárbaros llegaban a las Tierras de las Sombras. Viendo otra Roma en la República de Caronte, también la atacaron, con los Espectros siguiendo su estela como jabalíes enfurecidos. Los Equites fueron convocados para defender Estigia; los Barqueros guardaron sus remos y pértigas y se alzaron en armas contra los merodeadores. Incluso el mismo Caronte apareció en el campo de batalla, su espada Siklos abriendo surcos en las líneas de los invasores. Cayeron muchos valientes Legionarios, pero los invasores no podían compararse a Caronte y sus hombres y fueron obligados a retroceder. Tristemente, el sitio que se abatió sobre Estigia, levantado por los Espectros que les acompañaban, puso a prueba al máximo a las fuerzas de la gran Ciudad de Caronte.
En el Año de Nuestro Señor de 476, la ciudad de Roma cayó bajo los bárbaros invasores. Sus grandes templos y lugares del saber y gobierno fueron destruidos, su pueblo vencido, asesinado o esclavizado. Edificio tras edificio aparecieron en las Tierras de las Sombras, llenos de manadas de los Sin Reposo. El caos consiguiente fue demasiado para que pudieran controlarlo Caronte y sus Barqueros, por mucho que intentaran conducir a las almas hacia las Costas Lejanas.
En la cumbre de la locura, se oyó un gran bramido proveniente de las profundidades del Laberinto, y Caronte sabía desde dónde emanaba. Sus centinelas hicieron sonar los enormes gongs de alarma, resonando en vano la aproximación de la hora más oscura hasta entonces —la erupción del Primer Gran Maelstrom.
El Maelstrom dejó en ruinas ardientes Estigia y sus alrededores, pero la situación más espantosa ocurrió cuando los Espectros que gravitaban hacia la destrucción como chacales hambrientos de miseria, atacaron la Isla del Pesar. Nadie pudo evitar que demolieran las murallas mientras se extendían por la ciudadela como una plaga de ratas, destruyendo monumentos, arrasando templos y mansiones, e incluso prendiendo fuego a la Torre de Ónice. Afortunadamente, Caronte había abandonado su palacio para enfrentarse con las legiones infernales en el campo de batalla, donde él y sus Barqueros, con su pura fuerza de voluntad, consiguieron apoderarse de la victoria y salvar la Ciudad.
Ah, pero ¡Qué victoria! ¡La Ciudad de los Muertos una cáscara vacía y quemada! ¡El Río de la Muerte estancado y sus aguas contaminadas inundando las riberas! ¡Las gloriosas carreteras, que conectaban todas las Tierras de las Sombras a los puntos de partida hacia las Costas Lejanas, hendidas y destrozadas! i Y el olor del acre y triste sacrificio! Caronte miró por encima de los campos de batalla, viendo cómo el Olvido reclamaba a sus bravos Barqueros, y lloró por ellos, por el coraje que demostraron. Caronte vio cómo moría su República, su Senado destruido, sus wraiths apiñándose en las habitaciones elevadas y en los refugios, temiendo terriblemente un próximo ataque, o convirtiéndose en Renegados, escarbando en la Oscuridad en busca de los desperdicios traídos por el Maelstrom. Y lloró por ellos, por todos ellos, sin exceptuar a nadie, y Caronte sabía bien que, de nuevo, él solo tendría que salir adelante y construir una nueva Ciudad, una nueva Estigia, más fuerte y brillante que la anterior, donde todos los Sin Reposo hallarían paz y seguridad en su búsqueda de las Costas Lejanas.
EL FIN DEL MUNDO TAL Y COMO LO CONOCÍAN
…surgió de la tierra como una gran y rechinante ola negra, vomitada de la escalera Venenosa y los otros portales, su abominable hedor a miseria enturbiando el cielo gris. La tierra tembló y se resquebrajo en hendiduras sin fondo que conducían directamente al Olvido, que engullo a millares de almas inocentes. Las carreteras construidas por Nbudri y sus aprendices fueron destrozadas, y le calor palpable proveniente de la oscuridad fundía los ladrillos de almas, creando regueros de brea llameante. El Río de la Muerte hervía, quemando las embarcaciones de los Barqueros que por el navegaban, y los espectros que cabalgaban las inmensas trombas infernales cayeron como una cascada sobre el Río intransitable, con seres escamosos de múltiples cabezas lanzados desde su repulsiva inmundicia interior…
Extracto de los diarios de Datian Severus, Barquero.