La Segunda Guerra Mundial duró varios años, llenando las Tierras de las Sombras de almas provenientes de lugares llamados Anzio, Okinawa y Normandía. Y entonces acaeció que una nueva arma fue creada, un explosivo que atrapaba la propia estructura vital, y la desvirtuaba y pervertva, convirtiéndolo en el instrumento definitivo de la muerte.
Se utilizaron dos de esos explosivos, en los lugares llamados Hiroshima y Nagasaki. Cuando explotaron, el rugido y la conmoción pudieron sentirse a través del Manto, llegando a las tierras de las Sombras. Las llamas de un millón de soles iluminaron el oscuro cielo del Imperio durante unos breves instantes, antes que el Laberinto gritara como un ser vivo y se abriera, liberando el Quinto Maelstrom.
El Quinto Maelstrom fue, con mucho, el más severo, ya que se encrespó por los cielos con tanto calor e intensidad que cualquiera que se cruzara en su camino era inmediatamente absorbido por el Olvido. Y cuando la tormenta principal se hubo calmado, se vio a miles de Maelstroms menores estallar por las tierras, enviando hacia la Oscuridad inferior a muchas almas aullantes. Nadie podía viajar desde Estigia a las Tierras de las Sombras, ya fuese por carretera, vía o río, a causa de las abundantes tormentas. Los Espectros aparecieron en todas partes y se arrojaron contra las Necrópolis. Las Ciudadelas se convirtieron en minúsculos puestos fronterizos, luchando por su propia supervivencia en las Tierras de las Sombras, presas de atroces sufrimientos.
GOROOL
La destrucción forjada por estos nuevos explosivos, que retorcieron el poder de la vida en una muerte inenarrable, creó un Maelstrom que conmocionó el Laberinto, liberando a un antiguo Malfeo de sus profundidades, una bestia llamada Gorool. Este vil gigante se alzó de las profundas simas de la Tempestad, reforzado por las tormentas y las muertes, desplegando su cola punzante y polucionando el mundo entero. Todos los barcos enviados para luchar contra ese demonio fueron destruidos, ya que la bestia hacía pedazos las armas y embarcaciones y consumía enteras a las tripulaciones. Caronte vio a este ser pestilente, mientras amenazaba con devorar toda Estigia, y se dirigió a los Señores de la Muerte y a las Necrópolis en busca de ayuda, pero no vino nadie. Nadie acompañaría a Caronte contra la criatura, nadie pondría en peligro su posición abandonándola.
Y así fue como Caronte dejó a un lado su Máscara y empuñó su espada Siklos, y partió en su pequeña barca de juncos, como ya había hecho tantos siglos atrás, para enfrentarse solo al engendro del Olvido.
Cuando Caronte navegaba por la Bahía Llorosa, vio a Gorool por vez primeva, la colosal bestia parecida a un gusano abriendo sus bocas con todos sus colmillos exultantes, aferrando y desgarrando las almas que había capturado. Y Caronte atacó a la bestia, alejando a esa sombra funesta lejos de su amada Ciudad de Estigia, y abrió un gran torbellino en el Mar Sin Sol. Fue entonces que Caronte consiguió hacer su Tercer Descenso, y se arrojó con su embarcación al interior del remolino, siguiéndole la bestia Gorool. Mientras Estigia observaba, el torbellino se cerró, y ni la bestia ni Caronte emergieron de las profundidades del Mar Sin Sol.