Elizabeth Bathory nació en 1560 en el seno de una riquísima familia húngara y pertenecía a la más rancia aristocracia, siendo su propio tío rey de Polonia, pero también tenía en sus raíces a familiares esotéricos.
Uno de sus tios adoraba a Satán y algunos de sus otros familiares usaban la magia negra o la alquimia. Elizabeth se inició desde su infancia de mano de su nodriza en estas artes ocultas de la brujería y creció con una especial atracción hacia la sangre.
A los 11 años se prometió al conde Ferenz Nadasby y a los 15 años se casó con él. El conde era un guerrero al que se conocía como El Héroe Negro. Juntos se marcharon a vivir al castillo familiar de los Nadasby, el Castillo Csejthe, situado en la cima de una colina por los Cárpatos. Cuando el conde se tuvo que marchar a luchar, Elizabeth se quedó sola y harta de este aislamiento y el aburrimiento se hizo amante de un tipo que por su raro aspecto llamaban «el vampiro». Cuando su marido volvió ella dejó al amante para mantener otro tipo de relaciones, esta vez lésbicas con dos de sus doncellas. De nuevo el marido se marchaba a la lucha y ella, aburrida, se interesó más intensamente en el esoterismo. A partir de ese instante comenzó a rodearse de gente dedicada a la brujería, alquimistas y hechiceros, y viendo pasar el tiempo comienza su mayor preocupación en la vida: la de envejecer.
Asustada por este irremediable hecho, Elizabeth pidió consejo a su nodriza quien le «informó» de que para conseguir ser siempre joven necesitaba hacer un sacrificio humano, el de su doncella, y bañarse en la sangre de su víctima para conseguir la belleza eterna.
Cuentan también que fue su propio marido quien le inició en el «arte» de la tortura, un medio para conseguir la disciplina del servicio, de modo que cuando ella comenzó a hacerse con el gobierno del castillo lo puso a prueba introduciendo agujas bajo las uñas de las doncellas.
Elizabeth fue madre de cuatro hijos y durante el tiempo en que se ocupó de ellos no hizo nada. Su marido murió, y fue entonces cuando Elizabeth se cobró su primera víctima, una joven sirvienta que le peinaba en aquel momento. La joven dio un tirón a su pelo y Elizabeth la abofeteó con tal ímpetu que la hizo sangrar. Su mano quedó manchada y Elizabeth, en su imaginación, creyó ver que el trozo de piel manchado de sangre rejuvenecía y tenía mejor aspecto que el resto de su cuerpo. Aprovechando su enfado y el irremediable deseo de llevar a cabo su plan Elizabeth ordenó que cortasen la venas de la joven sirvienta y llenaran la bañera con su sangre.
Con este primer asesinato surgió su obsesión y terminó por viajar por los Cárpatos en su carruaje buscando niñas de la que se pudiera servir. Iba acompañada de sus doncellas, encontraban a la víctima perfecta, le prometía trabajo y la pobre joven terminaba secuestrada en el castillo tras ser azotada o drogada. En los sótanos del castillo las encadenaba y las acuchillaba para sacarles la sangre. De este desangramiento se ocupaban su sirviente, el verdugo, o la propia Elizabeth.
Cuando la víctima en cuestión parecía sana la mantenía con vida en el sótano durante años para convertirlas en fuente contínua de sangre que beber.
Tras bañarse en la sangre ordenaba a sus sirvientas que le lamiesen la piel. Si las chicas no hacían ascos las recompensaba, pero si mostraban cualquier mueca de repugnancia, las torturaba hasta matarlas.
Los cuerpos de las víctimas comenzaron a enterrarse cerca del castillo y los restos de las chicas, los huesos, los aprovechaban los hechiceros para sus rituales. Cuando se hartaron de hacer excavaciones terminaron por tirar los cuerpos al campo esperando que las alimañas comieran la carne.
Pronto los habitantes del pueblo se percataron de que las jovencitas que iban a trabajar al castillo desaparecían y no volvía a vérselas. Cuando los campesinos veían el carruaje de la condesa ya sabían que Elizabeth buscaba una nueva sirvienta que… desaparecería como todas las demás. Tras once años viendo desaparecer jóvenes y escuchando profundos gritos que venían del castillo, los campesinos comenzaron a investigar por su cuenta y se encontraron con varios cuerpos sin vida de algunas de esas chicas en las inmediaciones del castillo. Los pueblerinos comenzaron a decir que el castillo estaba maldito y en él habitaban vampiros. Llegaron con sus sospechas hasta el mismo soberano, pero Mathias II no les hizo caso hasta 1610 en que envió una tropa de soldados bajo las órdenes del propio primo de Elizabeth, Gyorgy Thruso.
Los soldados encontraron en el suelo del salón una joven muy pálida que se estaba desangrando. Tenía el aspecto de haber sido torturada a palos y quemaduras. Sus investigaciones llegaron a descubrir cincuenta cadáveres sepultados en las inmediaciones del castillo.
En el sótano encontraron muchas víctimas aún con vida, terriblemente torturadas y con suficientes cortes como para atestiguar que habían servido de fuente de bebida para la condesa Báthory. Vieron que en el sótano había un artefacto de hierro (jaula) con forma humana que en su interior estaba lleno de pinchos. Ahí metían a las chicas cuyos pinchos atravesaban sus cuerpos, alzaban la plataforma y la condesa se ponía debajo para ducharse con la sangre de las mujeres.
Habían construido en el castillo un sistema de canalización para que la sangre de otras de sus víctimas viajaran por los conductos hasta llenar la bañera de Elizabeth (Erzsébeth) Bathory. Otro metodo de totura que usaba era sacar a una de las chicas, desnuda, al patio en pleno invierno y odenaba a sus sirvientes que la lanzaran cubos de agua hasta que moria congelada.
Liberaron a las víctimas y siguieron sus pesquisas por las habitaciones, encontrando en una de ellas a la condesa con algunos hechiceros dedicándose a un nuevo ritual.
Detuvieron a Elizabeth y sus brujos, y a la condesa se le condenó por sus diez años de masacres sin necesidad de buscar más pruebas de las encontradas. Era suficiente. Según la condesa, con ayuda de sus secuaces, asesinaron a casi 650 niñas. Su meta, la de conseguir la sangre que necesitaba para conservar su belleza y juventud.
La condena entre Elizabeth y sus secuaces tuvo sus diferencias. A sus compinches se les decapitó o se les quemó en la hoguera, pero Elizabeth era noble y amiga personal del rey húngaro, por lo que fue condenada con severidad a una muerte lenta. Ojo por ojo. Fue emparedada en su propia habitación dejándole una ranura por donde le pasaban los desperdicios de la comida y algo de agua.
Cuatro años más tarde falleció sin haber pronunciado durante ese tiempo de prisión una sola palabra. Un día decidió no comer más, y a los 54 años falleció de inanición en 1614.