La estrategia militar medieval se centraba en el control de las fuentes de riqueza y, en consecuencia, en su capacidad para la ocupación de tierras. Al principio del periodo, esto equivalía básicamente a destruir o defender los campos, ya que toda la riqueza tenía origen en las tierras de labranza y en los pastos.
Con el paso de los años, las ciudades se convirtieron en importantes puntos de control como centros de riqueza derivados del comercio y la manufactura.
Conquistar y mantener el control de los castillos era parte esencial de las guerras, ya que éstos defendían las tierras de labranza y pasto. Los ocupantes del castillo controlaban a la población de los alrededores. A medida que iban creciendo, las ciudades también se fortificaron. La defensa y la conquista de ciudades fue adquiriendo gradualmente mayor importancia que el control de los castillos.
Los ejércitos de tierra maniobraban para conquistar las fortificaciones clave y devastar los campos, o para evitar que el enemigo llevara a cabo esas mismas acciones. Las batallas campales se producían para poner fin a la destrucción provocada por las invasiones enemigas. Por ejemplo, los anglosajones se batieron en Hastings, en el año 1066, para poner fin a una invasión de los normandos. Los anglosajones fueron derrotados y los normandos, bajo Guillermo el Conquistador, pasaron los siguientes años estableciendo su control sobre Inglaterra mediante una campaña de conquistas. La batalla de Lechfield, librada en el 955, enfrentó a los germanos y a invasores magiares provenientes del Este. La victoria decisiva de los germanos, bajo el mandato de Otón I, puso fin a posteriores invasiones de los magiares. La derrota de los moros en el 732 por parte de Carlos Martel acabó con las invasiones musulmanas y con su expansión fuera de España.
Las batallas de Crécy, Poitiers y Aquisgrán, libradas durante la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra, fueron tres intentos por parte de los franceses de frenar las incursiones inglesas. Los franceses fueron derrotados en las tres batallas, por lo que las invasiones inglesas siguieron su curso. En este caso, sin embargo, los ingleses no lograron un control permanente de los territorios y, con el tiempo, los franceses acabaron por ganar la guerra.
Las Cruzadas fueron intentos de conquistar y controlar puntos estratégicos en Tierra Santa que permitiesen obtener el control de la zona. Las batallas en las Cruzadas tenían lugar para acabar con el control de uno de los bandos. La victoria de los Sarracenos bajo Saladino, en la batalla de Hattin en 1187, permitió a éstos la reconquista de Jerusalén.