Han llegado referencias de las cuatro grandes fiestas que se celebraban en tierras de Irlanda y que pudieron tener vigencia también entre los celtas de otras tierras. Cada uno de tales festejos marcaba el comienzo de una estación.
A primeros de nuestro febrero, se celebraba el tiempo imbolc; a primeros de mayo, el tiempo beltane; a primeros de agosto, el lugnasad y a primeros de noviembre, el samauhin o samain.
El primero de febrero se ha mantenido como fiesta de santa Brígida; fue designada también «oimelec», señalando el momento en que los corderillos empezaban a mamar. Durante esta celebración, era costumbre el lavado ritual de manos, pies y cabeza. Era, pues, un momento de purificación.
El primero de mayo, se celebraba el tiempo beltane, llamado también «cetamain», que marcaba la llegada del buen tiempo. Los druidas encendían hogueras y era costumbre que el ganado las atravesara para que, de aquel modo, quedasen libres de enfermedad durante el año. Se ha indicado que la expresión «tane» significaba «fuego». En conjunto, el vocablo «beltane» o «beltene» venía a significar «buen fuego» o «fuego luminoso». Esta fiesta conmemoraba el momento en que los Tuatha de Dana pusieron pie en Irlanda, tras quemar las naves que les habían conducido, para expresar de aquel modo su vocación de establecerse en el lugar al que habían llegado. En relación con lo expuesto anteriormente, lo primero que se hizo al pisar nueva tierra, fue encender un fuego.
La expresión «lugnasad» significa «recuerdo de Lug» y este recuerdo se dirigía también, con afecto y reconocimiento, a su nodriza, la princesa Taïltiu, hija del rey Maigmor, de la península Ibérica, la cual cuidó a Lug hasta el momento en que pudo llevar armas. En honor a tal dama, el dios estableció juegos y torneos. Estas celebraciones marcaban el comienzo de las cosechas y, en Tara, tenía lugar la gran celebración común de todas las tribus.
El vocablo «lugnasad» también se ha traducido como «matrimonio de Lug» y, en este caso, Taïltiu, como «tierra o suelo», se convertiría en esposa del dios. Durante este momento del año, se establecían, entre las familias, las futuras uniones de los hijos.
Pasemos a considerar ahora la fiesta samauhin o samain que se conmemoraba el primero de noviembre, «fin de verano», sam-fuim, vocablo que también ha recibido el significado de «reunión». En Irlanda, se encendía un fuego en el centro del poblado al que acudían las gentes para conseguir llamas que activasen un nuevo fuego en sus hogares. Era el tiempo de los «espíritus». Las puertas del más allá quedaban abiertas; se fundían dos dimensiones, las de los vivos y las de los muertos.
También se celebraba, durante tal día, la «unión» del dios Dagda y de la diosa Morrigu, señora de los espectros, que proporcionó a su amante indicaciones precisas para vencer a los fomoré, los cuales curiosamente, como veremos, eran precisamente unos seres fantasmagóricos con matiz demoníaco.
Según la arquetípica relación entre fecundidad y los mundos inferiores o infernales, la unión de Morrigu, la dama terrible – la futura Morgana – y Dagda, el buen dios, expresa la relación entre sexualidad y fecundidad. Por ello, las celebraciones, que tenían lugar durante este día, mostraban un acusado carácter agrícola.
Dagda descubrió a Morrigu cuando la dama se iba a bañar en el río Unius, e hicieron el amor no lejos de las aguas, en un lugar que aún hoy se conoce como «lecho del amor».