Una de las mayores paradojas de nuestro clan es por qué muchos de nosotros seguimos aferrándonos a las enseñanzas de una religión mortal u otra. La biblioteca de Alamut contiene escrituras que las anteceden a todas. ¿Acaso no deberíamos, por lo tanto, elevarnos por encima de tales creencias y buscar formas de conocimiento de la divinidad más verdaderas? Sin embargo, muchos de nosotros no lo hacemos, y preferimos aferrarnos al cristianismo, el islamismo el judaísmo o disciplinas más esotéricas como un hombre que se ahoga se aferra a una paja.
A ojos de los occidentales, la devoción unánime por el Islam es una de las características definitorias de los Assamitas. A aquellos que dan algún crédito a esta opinión, esta adherencia a la religión mortal les resulta ridícula en el mejor de los casos. Mahoma fundó esta religión hace menos de seis siglos. Muchos de los Cainitas que se encontraban en la región en ese momento recuerdan los dolores del parto del Islam, y quedan muchos Assamitas en activo mayores que esta religión.
En realidad, los Assamitas en conjunto nunca han adoptado totalmente el Islam, aunque aquellos que lo han hecho se cuentan entre los más visibles y eminentes del clan, y muchos de los que no adoptaron esta religión, al menos contribuyeron a su difusión. Esta religión posee ciertamente un gran atractivo para los hijos de Haqim, que encuentran en ella ecos de tiempos antiguos y más nobles en sus estrictos códigos de justicia, y que apoyan la idea de que los profetas sólo son hombres con dones especiales. Como resultado, el islamismo suele obtener más respeto entre los Assamitas que el cristianismo, que a ojos de los Sarracenos resulta hipócrita y corrupto, aunque existen algunos Assamitas cristianos que sostienen la opinión contraria.
En el clan también hay adeptos a otras religiones. Los judíos especialmente, han vivido en tierras gobernadas por el clan desde que surgió su religión, y no pocos de ellos han pasado a engrosar la prole de Haqim. Algunos seguidores de varias religiones de extremo oriente han recibido el Abrazo durante las exploraciones Assamitas hacia Taugast y la India, aunque son una pequeña minoría, y abandonan sus ritos o los practican en privado. Los antiguos que datan de antes del cristianismo practican religiones incluso más antiguas. Algunos siguen las enseñanzas de Zoroastro, mientras que otros afirman seguir a los dioses clásicos griegos mediante el legado de las Furias.
La Via Sanguinis es una filosofía casi exclusivamente Assamita, y ha permanecido junto al clan desde que se tiene noticia de este. Sus principios son sencillos: que todos los Cainitas ajenos a los hijos de Haqim han sido juzgados y se les ha declarado deficientes, aunque entre los estudiosos del camino se discute quién ha sido su juez. Por lo tanto, la labor sagrada de los Assamitas es purgar al mundo de estos inmortales inferiores moralmente. Al acumular la sangre de otros Cainitas, se aseguran tener un regalo digno para el Ancestro cuando este se levante del sueño de edades y les guíe hacia una guerra santa final. La Diablerie es un sacramento, ya que cada inferior devorado de este modo refuerza a su devorador, y es un enemigo en potencia menos para el conjunto del clan. Como los Cainitas no suelen tratar a los mortales con justicia ni sinceridad, los seguidores de este Camino se consideran a sí mismos por encima de este deshonor, y se erigen en protectores de la humanidad. La Via Sanguinis limita la habilidad de sus practicantes para tratar con otros Cainitas salvo como enemigos inmortales, aunque algunos hacen excepciones con individuos o grupos con propósitos favorables a ellos, y el grado de antagonismo hacia los Cainitas en conjunto varía de un practicante a otro. Los seguidores del Camino son pocos, aunque las cruzadas han animado a más y más Assamitas a seguir estas enseñanzas. El resto del clan los trata con respeto y cautela, y teme que las acciones de estos fanáticos puedan desencadenar sobre todo el clan una respuesta devastadora.
Las leyes de Haqim
En su sabiduría, el Ancestro vio que, al prosperar sus hijos, estos necesitarían leyes que los gobernaran. De este modo, escribió estas leyes para que todos las aprovecharan. Al igual que las leyes mortales, no son perfectas, ni se honra siempre la plenitud de su espíritu, pero son nuestro legado y nuestra fuerza.
Las enseñanzas más antiguas de Haqim son la pieza central de la biblioteca de Alamut. Están grabadas en enoquiano en una serie de tabletas de arcilla que se han mantenido en un estado casi perfecto gracias a las artes de los visires. Existen diferentes traducciones, y las leyes que se mencionan a continuación son las versiones más comúnmente aceptadas, así como las que practica la mayoría del clan en la actualidad. Se parecen superficialmente a algunas Tradiciones europeas, pero los Assamitas suelen dar prioridad a las Leyes antes que a estas. Aquellos miembros del clan que pasan algún tiempo en Europa suelen aprender a moderar su comportamiento y respetar al menos mínimamente las Tradiciones.
- Honrad al Anciano sobre todos vosotros, ya que él debe gobernar mi casa en mi ausencia. Este es el mandato por el cual, el Assamita activo de cuarta generación más viejo gobierna Alamut y al clan bajo el título de Anciano. Generalmente se acepta también como guía maestra de conducta fuera de la fortaleza, si dos o más Assamitas se encuentran en el mismo lugar, el mayor de todos ellos suele ser el líder.
- Honrad a los mortales de la estirpe de Khayyin, y tratadlos en todo con honor. Los Assamitas suelen creer que Haqim despreció a los demás clanes por su modo de tratar al Ganado. La labor de los Assamitas de “vigilar a los mortales” significa que no suelen beber toda la sangre de sus Recipientes al alimentarse y que casi nunca consideran a los mortales individualmente como títeres prescindibles. En la práctica, las violaciones menores de esta ley son bastante frecuentes, aunque la presión colectiva del clan evita transgresiones más evidentes o mayores.
- No matéis a aquellos de vuestra Sangre, ya que ese derecho es sólo del Anciano. A pesar del parecido de esta ley con la Segunda Tradición, los Assamitas entienden por “Sangre” la Sangre de Haqim. No extienden esta cortesía a los Demás Cainitas. La ley no dice “no hagáis daño”, por lo que los duelos entre Assamitas suelen ser el modo habitual de resolver conflictos, aunque nunca son intencionadamente a muerte. Si el odio entre dos Assamitas es tan grande que no son capaces de soportarse, la solución más habitual y honrosa es que ambos recojan sus pertenencias y viajen en direcciones opuestas durante un mes lunar.
- No traicionéis a los de vuestra Sangre, ya que mi Casa está fundada en la verdad. Una vez más, los Assamitas entienden por “Sangre” la “Sangre de Haqim”. No se mienten entre ellos, ni se roban entre sí. Si se sorprende alguien del clan llevando a cabo un engaño malicioso, cuatro de sus hermanos le sujetan mientras un antiguo le arranca la lengua. Los cotilleos se toleran educadamente, salvo en caso de que sean extremadamente perjudiciales. Si un Assamita roba, pierda la mano. En ambos casos, la herida se rocía con un ungüento de hierbas que evita que el criminal pueda regenerar el apéndice perdido durante un mes lunar. En el clan no suele haber reincidentes.
- Juzgad a los de la estirpe de Khayyin y castigadles en caso de que sean indignos. Esta es la ley más discutida de todas. Muchos guerreros, empujados por su pertenencia a la Via Sanguinis, afirman que este es un mandato que ordena destruir a todos los Cainitas que no reúnen las condiciones de honor de los Assamitas (es decir, casi todos los Cainitas existentes). Los visires afirman que Haqim pretendía hacer de esta una ley de justicia entre los Cainitas, no una excusa para el genocidio, y que a los vampiros se les debe juzgar y tratar de forma individual. Los hechiceros mantienen un extraño silencio al respecto. Al-Ashrad ha prohibido a los de su casta que tomen parte en la discusión de este asunto.
Una sed implacable
Nuestra mayor vergüenza, nuestro mayor miedo y nuestra mayor desgracia. A pesar de todo el poder de los hechiceros, no podemos romper la maldición impuesta sobre nosotros por los Baali cuando los derrotamos en Chorazin y los mandamos gritando a reunirse con sus amos. Uno por uno, nuestros guerreros sucumben ante esta locura, y noche a noche resulta más difícil ocultarla.
Hace quinientos años, los guerreros Assamitas libraron una guerra contra los Baali de tierra santa como parte de su labor para apoyar el auge del Islam. Estos enviaron a sus sirvientes mortales contra los herejes Baali e hicieron que los maestros oscuros de esos cultos se enzarzasen en un combate brutal. Los Baali no eran rivales dignos de la furia de los Assamitas, y dejaron caer maldiciones vacías sobre las cabezas de los guerreros al caer de vuelta a su ciudad impía de Chorazin.
Durante la retirada de los Baali, la tragedia asoló a los guerreros. Uno de los más grandes, el antiguo Izhim abd’Azrael recibió un golpe en la cabeza y cayó cautivo. Los guerreros, fuera de sí, asaltaron Zhorzin con toda su fuerza. Con el ejército mortal a sus espaldas, perforaron los muros de la ciudad en poco tiempo y se apresuraron hacia el templo donde se preparaban los brujos Baali para su último ataque. Sin embargo, al poner pie el primer guerrero sobre el salón maldito, un fuego negro corrió por sus venas y cayó agonizante al suelo. Sus compañeros se vieron afectados del mismo modo, y sufrieron pérdidas desoladoras hasta que llegó un grupo de hechiceros con el propio Amr a la cabeza para ayudarles. Las fuerzas Assamitas se hicieron con el templo y rescataron a Izhim abd’Azrael del altar Baali en el que yacía aprisionado, al parecer para servir de víctima de algún sacrificio horrendo.
Hasta que Izhim no se recuperó lo suficiente para hablar, los Assamitas no supieron la verdad de lo que había sucedido antes de su asalto final. No lo habían usado para ningún sacrificio, sino como foco para un ritual que golpeaba el corazón mismo del clan. “La sed de sangre que sufres”, le había dicho el sumo sacerdote Baali, “la sufrirás por toda la sangre en todo momento”. Izhim fue la primera víctima de esta maldición, y casi dejó seco al guerrero que le ofreció sangre para curarse. Había sufrido una locura irresistible, un ansia de sangre Cainita tan profunda como el alma.
Izhim era de quinta generación, uno de los primeros guerreros en recibir el Abrazo tras la caída de la Segunda Ciudad. Sirvió como Califa durante un corto tiempo antes de dejar este cargo para viajar por los desiertos. Su sangre era lo suficientemente fuerte y antigua para servir como foco de una maldición que aún atraviesa las filas de los Assamitas sin seguir ningún comportamiento racional y que afecta a neonatos y Matusalenes por igual con su locura. Hasta la fecha, tal vez la mitad de la casta esté ya afectada. Muchos han viajado a oriente, a la India o a Taugast para evitar la tentación de las ciudades europeas, llenas de Cainitas, pero muchos más se han dejado llevar por su ansia y han caído sobre enemigos y aliados del mismo modo.
Los hechiceros luchan noche a noche por romper la maldición, pero temen que los poderes que se invocaron para lanzarla sean más poderosos incluso para ellos. Con el paso del tiempo, puede que todos los guerreros Assamitas caigan bajo el hechizo, e incluso los visires más sabios son incapaces más que de imaginarse lo que les ocurrirá.