Ubicación: Túnez, Norte de África.
Cuando los romanos saquearon Cartago durante las Guerras Púnicas, se llevaron consigo relatos de sacrificios humanos, sangrientas idolatrías e infantes que chillaban al ser arrojados a ardientes braseros como ofrendas a dioses locos. Mientras que los eruditos de la Estirpe consideran las Guerras Púnicas como un tiempo en el que la Mascarada se tensó demasiado, cuando la Jyhad abierta entre los Ventrue y los Brujah llevó a ambos a dirigir sus peones unos contra otros en un conflicto abierto, pocos discuten la existencia de sucesos impíos en ocultos templos y en el
seno de las desesperadas familias cartaginesas.
A día de hoy, las ruinas de Cartago son Patrimonio de la Humanidad según la UNESCO, pero un lugar en particular entre las ruinas ha evitado el escrutinio de los arqueólogos. Un mal atemporal surge cada noche de ese templo no consagrado. Un gran brasero que ha permanecido helado durante milenios, rodeado de huesecillos y salpicado de manchas de sangre hervida ya
ennegrecida, resuena con el zumbido de las moscas y el reptar de las larvas ciegas que se arremolinan sobre las macabras ofrendas allí depositadas. Este espantoso lugar es un pozo de desove y de él emergen vampiros, aunque los “Vástagos” son reacios a compartir ese apelativo con ellos, devotos de los deseos de su vil y olvidado dios. Estos monstruosos no-muertos conocen las canciones de Pazuzu y aún hablan la lengua de Moloch, alumbrando pesadillas y dejando únicamente profanación a su paso.