Psique, también conocida como Psiquis, era la menor de las tres hijas de un rey de Asia. Su hermosura no tenía comparación, pero por contra, su carácter era profundamente insufrible. Había sido malcriada y ya nada podía formalizarla, incluso sus gustos eran tremendamente volubles, tal una mariposa o el soplo de la brisa.
Hubo un hermoso, joven, amable e inteligente príncipe, el propio dios Eros que se enamoró profundamente de ello urdiendo un plan para conquistarla. Descubrió que lo de que verdad atraía a Psique era la curiosidad, un estado que en ella se convirtió en pasión. Por eso, Eros cubrió todos su actos de un gran misterio.
Eros se apoderó de un hermoso bosque, en el que hizo construir un enorme y suntuoso palacio en el que introdujo todo aquello que pudiese ser placentero para la vista, que deleitase el oído o que halagase el olfato. Hasta allí fue atraída Psique y escuchó una voz que le dijo: «tú eres la señora de este palacio, ordena lo que quisieres y serás inmediatamente obedecida». La joven doncella no lo dudó un momento y empezó a solicitar diferentes presentes quedando enormemente impresionada de los bellos muebles y telas que se le acercaban, los empalagosos perfumes que la rodeaban, las frutas de exquisito sabor que degustaba y, sobre todo, los múltiples criados que se le acercaban para servirle.
La curiosa Psique quiso saber a quien debía tantos favores y preguntó a sus hermanas, criadas, amigas y conocidas pero de ninguna obtuvo respuesta. De día, Eros permanecía oculto y por la noche corría entre la hierba, se acercaba a Psique, la observaba y le pedía que le prometiera que no se casaría con nadie más. Cuando Eos, la Aurora, despuntaba en el horizonte, Eros desaparecía como había venido dejando en profundo tormento a Psique que no hacía más que preguntar por su benefactor. Las hermanas de Psique, mientras, carcomidas por la envidia que les producía tantos halagos y regalos por parte del misterioso príncipe, se regodeaban en su desesperación y la hacían sospechar contra él diciendo que podría tratarse de un monstruo o vampiro que la mataría cuando tomara confianza.
Sus hermanas le facilitaron una lámpara y un puñal para que intentase descubrir a su amante y lo matase si sus sospechas fuesen fundadas. Esa noche, cuando Eros estaba recostado en su diván descansando, Psique se le acercó ansiosa intentado buscar el rostro de su bienhechor, cuando se acercó a él y lo vio exclamó excitada «¡Dioses inmortales! ¡qué veo! ¿es éste el monstruo que tanto temía yo y que mis hermanas me habían pintado con tan vivos colores? Es el mismo Eros, en la flor de su adolescencia. ¡Oh, felicidad infinita! Es él quien me pretende por esposa». En su regocijo Psique derramó cera de la lámpara en el rostro de Eros quien se despertó y la contempló sobresaltado diciendo «Ingrata Psique. Ahora me conoces ya. Tu felicidad dependía de tu ignorancia. Yo no puedo ser tuyo».
En ese momento todo el palacio desapareció y Psique quedó en un enorme desierto desolado en el que solo se oía el rumor de una fuente. Psique intentó suicidarse allí pero las aguas la depositaron en la orilla. Entonces, Psique acudió al oráculo de Afrodita, madre de Eros, pero ésta, que estaba enormemente disgustada porque había sido capaz de enamorar a Eros y celosa de su belleza, lejos de ayudarla la confinó a horribles trabajos a los que Psique se dedicó rauda, pues pensaba que así podría pagar su culpa. Primero tuvo que llenar un cántaro de agua cenagosa de una fuente guardada por cuatro dragones y después tuvo que cortar un poco de lana de unos violentos carnero de lo alto de una larga cima.
En su tercera encomienda, Afrodita encargó a Psique que fuera al inframundo a pedirle a Perséfone un poco de su belleza en una caja pero le indicó que no podía abrirla pues no merecía más atractivos. Psique consiguió lo que se le encargó, pero cuando, muerta de curiosidad, abrió la caja, su cara se llenó de una negra ceniza y un espejo le mostró su horrendo rostro. Psique cayó desmayada y fue llevada al altar de Afrodita, desde donde le dirigió una plegaria. Estando en este trance, se le apareció Eros, y la enormemente sorprendida y exhausta Psique no pudo más que implorar perdón. Eros, enorgullecido por tanta muestra de sumisión le quitó su máscara y la desposó, no habiendo nunca unión más perfecta ni más feliz.
Para mayor regocijo, Zeus la convirtió luego en inmortal. Según otra versión, la gota de cera derramada sobre Eros le deformó la cara y Afrodita, en venganza, la mató, pero sobrevivió gracias a Zeus. Esta última versión no está muy extendida. La historia de Psique, contada magistralmente por Apuleyo, constituye un precedente muy importante en toda la mitología clásica, pues es la primera vez en la que un amor entre un dios y una mortal, lejos de basarse en la pasión, la sensualidad y el aspecto físico, tiene un trasfondo enormemente espiritual pues Psique es la personificación del alma. Es ésta una historia de amor platónico: Eros amaba a Psique y Psique amaba a Eros.