Hubo un débil movimiento a espaldas de Ankhesenaten, en la cámara principal de la tienda. Este reconoció las pisadas sigilosas de Goreb, su guardaespaldas en jefe. Con otra genuflexión, Ankhesenaten retrocedió atravesando la estrecha entrada de la cámara y se volvió hacia sus siervos reunidos allí. La cámara principal de la tienda se dedicaba a los asuntos mundanos del día, dispuesta como cualquier otra en un mercado en Francia: presidida por un brasero inclinado rodeado por sillas bajas de madera y taburetes alrededor. En una esquina trasera se encontraban una mesa pequeña y una silla de respaldo alto, para anotar en los libros y hacer cuentas. A lo largo de las paredes se amontonaban cofres de cedro y hierro. En la parte de atrás de la tienda, tras pesados cortinajes, se encontraba también una cama plegable cubierta de mantas y pieles. Cuando el mundo creía que Ankhesenaten dormía, un guardaespaldas escogido yacía sobre ella, espada en mano.
Goreb esperaba junto al brasero, con expresión solemne en su rostro oscuro. Cuando Ankhesenaten entró en la cámara, sus otros sirvientes dejaron sus tareas para hacer una reverencia, con sus cabezas afeitadas brillando a la luz del fuego. El guardaespaldas en jefe se inclinó respetuosamente. “El caballero francés ha llegado amo, y espera vuestro placer”.
Ankhesenaten asintió. Se volvió hacia sus siervos y les pidió que se levantasen. Con el anochecer, se habían desprovisto de sus túnicas occidentales y ahora vestían ropajes sacerdotales de algodón teñido de índigo. “Esperadnos fuera”, les dijo. “Si ha venido a ver el río oscuro, enviaré por vosotros. Es la voluntad de Set”.
“La voluntad de Set”, entonaron los sacerdotes, inclinándose profundamente y saliendo en fila de la tienda. Goreb fue el último en salir, examinando cuidadosamente la tienda por última vez antes de abandonar a su amo. Ankhesenaten metió las manos en las mangas de la túnica y esperó, considerando los posibles resultados de la reunión.
La entrada de la tienda se levantó de repente, dejando pasar el aire helado del norte de Francia, y Godfrey de Sezanne se deslizó hacia el interior como un ladrón furtivo. El caballero, de corta estatura y corpulento, vestía una capa lisa de lana y llevaba una capucha que ocultaba sus rasgos, como si alguien fuese a reconocerle entre las tiendas de la Foire de Reims, a casi 40 kilómetros de sus tierras. Ankhesenaten no pudo evitar fruncir el ceño ante tal timidez. Esperaba algo mejor tras los acontecimientos del año anterior.
El Setita esgrimió una cálida sonrisa al descubrirse el caballero francés. “Es un placer y un honor recibiros en mi humilde tienda, milord”, dijo Ankhesenaten, inclinándose brevemente sobre una rodilla. “¿Puedo serviros algo de vino?”. Observó cuidadosamente la capa y la túnica sobrias de Godfrey, “espero que me contéis que este año os ha deparado mejor fortuna de lo que parece”.
El francés inspeccionó a su vez la tienda con cautela, como un jabalí encerrado. Su rostro era amplio y carnoso, y el color encarnado de la embriaguez teñía sus mejillas y nariz. Sus gruesos labios esbozaron una sonrisa sarcástica. “He obtenido suficientes rescates y he saqueado lo suficiente como para seguir estando gordo en los años venideros, pero no soy tan estúpido como para entrar aquí con mis mejores ropas para que el duque se entere de con quién trato”. Se acercó a la luz del brasero, moviendo las manos de forma nerviosa. “No tengo tiempo para charlas inútiles, Serpiente”, susurró. “Se habla de hogueras de vigilancia al sur de Troyes, y mis espías me dicen que el Duque William se dirige hacia la batalla con quinientos caballeros y mil soldados a pie”.
Ankhesenaten asintió. “Habéis hecho buen uso de vuestra nueva influencia, milord. Es cierto, el Duque William ha movilizado su ejército y pretende tomar Troyes por la fuerza antes de que vuestro amo pueda reaccionar”. El Setita se detuvo, dejando asentarse las palabras. “Es probable que perezca su amada prole. Vuestro señor tendrá gran necesidad de vuestro servicio durante las semanas que se aproximan. Es una gran oportunidad, ¿no es así?”.
El setita estudió al caballero con cuidado. Este era el momento, la culminación de la labor de dos años. Pensaba que Godfrey podría ser útil, y se obtendría un gran triunfo en el nombre del dios.
El francés palideció. “¡Oh, Dios misericordioso!”, susurró. “¡Podría haber un hombre del Duque Roland dirigiéndose a mi castillo en este momento!”. Extendió una mano enguantada. “¡Dadme la Sangre! ¡No hay tiempo que perder!”.
Ankhesenaten inclinó la cabeza. Aquello no debía ser. El hombre simplemente no era digno de tal grandeza. “No tengo nada para vosotros, milord”, dijo con voz queda. “nada que os pudiera ser de utilidad”. El rostro de Godfrey se encendió de ira. “¡Serpiente malnacida! ¡Así que esta es tu jugada! ¿Ves la ocasión de aprovecharte y elevas el precio? ¿Cuánto pides?”. Desató?”.Desató una bolsa de cuero abultada de su cinturón. “¡Tengo oro de sobra para pagar gracias a tus favores anteriores!”.
“La sangre del dios no es una baratija que se compra y se vende”, susurró Ankhesenaten. Godfrey reculó ante el avance repentino del Setita, apagándose su ira. “¿Dónde está vuestra hambre, Godfrey? Cuando nos conocimos no erais más que un lord de la frontera con un montón de piedras por castillo. Gruñisteis y lloriqueasteis como un cachorro al que su madre le niega el alimento mientras los demás vasallos de Roland disfrutaban de su favor y bebían de su copa roja. Queríais su fuerza, su vitalidad. Queríais demostrar a vuestro señor inmortal que erais en todo tan digno como ellos, y os di esa oportunidad. ¿Acaso no os hizo mi sangre tan poderoso como los vasallos favoritos de Roland?”.
Godfrey se detuvo sin poder articular palabra, sacudiendo la cabeza de terror.
“¿Acaso no triunfasteis en los torneos de vuestro señor? ¿No os enriquecisteis con los rescates de los secuestros y recibisteis honores en el campo de batalla? ¿Y acaso no mantuve mi promesa, dándoos de beber año tras año sin exigir nada a cambio? ¡Y ahora os atrevéis a venir a mí y haceros el cobarde cuando podéis alcanzar un poder más allá de vuestros sueños! ¡Cuándo llegue el Duque William, Roland necesitará a todos los guerreros que pueda reunir! ¡Estará en deuda con vos! Os introducirá en su consejo. ¿Es que no veis lo que esto podría significar para vos? Llevo despertándoos el apetito dos años. ¿Es que ahora no deseáis el festín que se os ofrece?”.
Godfrey se encogió ante la mirada terrible del vampiro. Sus labios temblaban. “Si no tengo la sangre, los hombres de William me matarán sin duda”, murmuró.
“Si lo hubieseis merecido, tras esta noche no temeríais la muerte más.”. Ankhesenaten ya no podía contenerse más. “Habéis rechazado el don del dios verdadero. Ya no siento ninguna pena por vos”. Tomando a Godfrey por el cuello como a un perro, lo condujo hasta la salida de la tienda.
Ankhesenaten se hundió grácilmente en una silla e intentó calmar su ira. Tendría que hacer sacrificios y humillarse ante el dios. Un plan exquisitamente forjado, destruido por un solo error. Sin embargo, era mejor dejar de lado a los débiles y tímidos que compartir la sangre de Set con alguien indigno. Una vez recompuesto, el Setita mandó buscar a Goreb. No estaba todo perdido. El Duque Ventrue Roland estaría desesperado a la puesta de sol. “Busca a un niño para el sacrificio”, ordenó. “Y por la mañana saca el oro y los objetos de valor y escóndelos en el campo. Los hombres de Roland vendrán por mi mañana por la noche.»