No es la gente… es algo que sale de la tierra en ciertas partes del mundo y que tiene un efecto sobre la psique humana, haciendo que el hombre reaccione exactamente de la misma forma una generación tras otra.
-J. Burdett, «Los últimos seis millones de segundos»
Ambientación de Hungria
HUNGRÍA
Como gran parte de Europa, esta región fue antaño hogar de los celtas. Ocupadas y unidas al Imperio Romano, las tierras llamadas Hungría se conocían entonces como la provincia de Panonia. Los romanos fortificaron la zona mediante un sistema de terraplenes que se extendía a lo largo del Danubio hasta los Cárpatos y las laderas occidentales de los Alpes Transilvanos. El imperio tomó posiciones allí, construyendo sólidas fortalezas y pueblos. Las defensas imperiales estaban respaldadas por la capital de Panonia en el oeste, una ciudad-fortaleza conocida como Aquincum (que más tarde se llamaría Obuda). Erigida sobre una colina que dominaba el Danubio a la altura de un vado natural, Aquincum era una posición fortificada desde la que los romanos podían impedir a los bárbaros cruzar el río y marchar contra Roma. Viendo la llanura al otro lado del Danubio, los romanos se percataron de que otro fuerte allí haría más lento el avance de los enemigos hacia el río. El nuevo asentamiento, Contra-Aquincum, acabaría siendo el origen de la ciudad de Pest. Los romanos penetraron también hacia el este de la provincia, cruzando el Danubio desde el sur y moviéndose hacia la actual Valaquia.
Los humanos no estaban solos en su intento de «civilizar» el bárbaro Este. Varios Cainitas apoyaban al Imperio Romano: los que estaban satisfechos con las comodidades y entretenimientos de Roma y los más honrados y respetados optaron por quedarse cerca de la capital. Sus rivales políticos y unas pocos idealistas y rebeldes fueron enviados (o escogieron irse) a los remotos confines del imperio… Incluyendo provincias como Panonia y Dacia.
Pretendían extender el imperio hacia el norte desde Dacia, pero las legiones fracasaron en todos sus intentos de penetrar en las oscuras tierras más allá de las llanuras dacias. Vivos y no muertos se enfrentaban a enemigos que superaban su conocimiento, y a una inexplicable oposición por parte de la misma tierra. A pesar de haber labrado un imperio por todo el mundo conocido, los intrépidos soldados romanos mostraban miedo de «la oscuridad de los bosques».Las tinieblas de aquella tierra eran mucho más viejas que el imperio. Desde tiempos inmemoriales, habían albergado a un gran demonio, una retorcida y demencial entidad conocida como Kupala. Aquella cosa abominable descansaba en las más profundas cavernas de los Cárpatos. Sacándose su negro y gangrenoso corazón para que no pudiese matarle nadie que no lo tuviese en su poder, lo enterró en las tenebrosas profundidades bajo los bosques Cárpatos.
La maligna influencia de Kupala se filtró hacia el exterior, envenenando la tierra, aunque otorgándole una arrebatadora belleza salvaje y una indefinible sensación de misterio. Plantas y rocas quedaron impregnadas de poder, volviéndose mágicas y atrayendo a quienes podían sentir sus emanaciones. La locura y las enfermedades psíquicas se extendieran en lentas oleadas desde Transilvania, llegando a regiones tan alejadas como Bohemia, Polonia, Lituania, Bulgaria y Rusia. Aparte de los Tzimisce nativos que durante mucho tiempo se habían alimentado de sus súbditos dacios, brutales hombres lobo de la tribu de los Señores de la Sombra acechaban la tierra. Su Pariente el Rey Decebel de los dacios invadió Panonia e hizo una matanza entre los ejércitos romanos en el siglo I a.C., uniendo Dacia y Panonia bajo el gobierno bárbaro. El emperador Trajano condujo a sus ejércitos contra Dacia en el año 106, y a Decebel no le quedó más salida que el suicidio. A lo largo de los 20 años siguientes, los romanos reconstruyeron su civilización en la zona.
Tras las feroces luchas contra los dacios, Roma estableció a algunos de sus soldados entre las tribus independientes para impedir otro levantamiento. Las dos culturas acabaron mezclándose, dando origen a lo que hoy se conoce como los rumanos. Los Señores de la Sombra se retiraron a los Alpes Transilvanos para lamerse las heridas. La estabilidad del Imperio Romano se vino abajo con el paso del tiempo. Roma se retiró de sus provincias del norte en el año 271, dejando que sus aliados godos defendiesen la frontera de otros invasores más «bárbaros».
Aunque muchos de los más acomodados (incluyendo la mayor parle de las Cainitas romanos que habían llegado con las legiones) optaron por la evacuación, otros (sobre todo plebeyos que habían establecido sus hogares en la zona) se quedaran y aceptaron el gobierno godo. Desafiando a muchos senadores romanos, Constantino convirtió a Bizancio en la segunda capital romana en el año 330. La decisión de establecer una segunda capital reflejaba un cisma en el imperio, un cisma que acabaría dividiendo los Balcanes por completo. El imperio quedó partido en dos, con el oeste gobernado por Roma y las provincias orientales bajo la administración de Bizancio, que posteriormente sería rebautizada como Constantinopla. Esta división tendría efectos sobre la historia de los Balcanes hasta el siglo XX. Con este colapso, las avanzadillas romanas en Dacia y Panonia quedaron abandonadas. Los panonios se movieron hacia el oeste, presionados por los invasores bárbaros, mientras los romanos huían hacia los Cárpatos y Transilvania. En su huida, las legiones dejaron atrás a un Cainita dormido, un nativo de la región que había sido Abrazado por un Malkavian romano. En sus días mortales, esta alma atormentada había quedado vinculada sin saberlo al corazón del demonio, que le enviaba enloquecedoras visiones del futuro.
Esto le había convertido en un perfecto candidato para el Abrazo del Malkavian. El Cainita tomó el nombre de Octavio, pues creía que ocho grandes señales anunciarían el despertar de Kupala. Tras matar a su sire en un momento de locura, Octavio aterrorizó el asentamiento romano de Aquincum hasta caer en letargo cuando se retiraron las legiones. La destrucción de parte del lugar no llegó a afectar la cripta subterránea en la que dormía. En el siglo V, la cuenca de los Cárpatos se convirtió en una avanzadilla de los hunos. Atila atacó la porción oriental del Imperio Romano, llevando a sus tropas hasta Constantinopla. Un enorme rescate (y algunos dicen que otros medios de persuasión por parte de Miguel el toreador, patriarca de la dudad) disuadieron a Atila de seguir presionando; su reino duró poco. Otros reinos menos estables le sucedieron.
Los géspidos derrotaron a los hunos. Odoacro depuso al último emperador romano en el año 476. El ostrogodo Teodorico destronó a Odoacro. Los reinos se alzaban y caían mientras las hordas bárbaras recorrían la tierra en oleadas. El caos se extendió por el Este. Los búlgaros conquistaron tas tierras sureñas cerca de Constantinopla; tribus eslavas invadieron los Balcanes, a veces con la ayuda de Señores de la Sombra o de Tzimisce y Gangrel que se habían trasladado hacia el oeste con ellos. Los eslavos del norte no llegaron como conquistadores, sino como colonos, echando raíces en zonas donde podían dedicarse al cultivo sin entrar en conflicto con las tribus más agresivas.
Los ávaros dominaron la cuenca de los Cárpatos durante los siglos VII y VIII, hasta quedar sometidos al poder de Carlomagno. Muchos aceptaron el cristianismo como el precio de su existencia. La brecha entre Este y Oeste continuó creciendo al adoptar el Imperio Bizantino la fe Ortodoxa Oriental, alejándose de la Iglesia Católica Romana de Europa Occidental. Los Balcanes siguen desgarradas por la guerra religiosa en la actualidad, un sacrificio en el altar de las doctrinas divergentes. La Iglesia Ortodoxa, con su veneración a los iconos y sus sacerdotes casados (tan distinta de la Iglesia Católica), ha sido un misterio y un factor perturbador para el Oeste durante siglos. La historia reciente de estas tierras comienza con la llegada de los húngaros o magiares. El nombre «magiar» deriva del turco «onogurs» («diez flechas»), indicando que fueron una confederación de 10 tribus. Su origen está cerca de los Montes Urales, donde los Señores de la Sombra contemplaron su desarrollo. Muchos de estos feroces guerreros eran Parentela de los Señores. Siete de estas tribus llevaban una vida nómada en el Khanato Khazar, actuando como soldados en el siglo VII. La tribu más fuerte era la de los magiares, y el nombre acabó aplicado a todas las tribus. Cuando los magiares se negaron a colaborar en la represión de un levantamiento, tuvieron que dejar atrás sus hogares. Muchos Señores de la Sombra se fueron con ellos, viajando hacía el oeste en busca de nuevos túmulos. Guiados por Arpad, un carismático líder, los magiares cruzaron los Cárpatos y entraron en el Alfold en el año 895.
Cuando los caudillos de las tribus escogieron a Arpad como su líder, le juraron lealtad a él y a su descendencia masculina mediante el ritual de beber sus sangres mezcladas. Cada una de las tribus recibió una porción de las tierras en las que habían entrado para establecer su hogar. La tribu de Arpad escogió la región en turno a Buda. Entonces comenzó un período que los húngaros conocen como «la aventura», con años de veloces incursiones a caballo a través del Danubio. Los magiares saquearon Baviera y el norte de Italia. El nombre «húngaro» era algo similar al de «huno», y los magiares no se molestaron en explicar a los aterrorizados occidentales que no tenían ninguna relación con Atila. En el año 933, el emperador Enrique el Cazador dirigió a unos caballeros fuertemente armados contra los magiares y consiguió derrotarles. Un gyula de la tribu de Arpad estableció una alianza que aseguraría el éxito de sus guerreros en el año 948. Bulscu, un feroz líder conocido como el «Hombre de Sangre», hizo un trato con los gobernantes de Constantinopla: aceptando la fe ortodoxa bizantina, consiguió el apoyo del Patriarca mortal de la Iglesia Ortodoxa. Miguel el Toreador se alió también con Bulscu, viendo una herramienta contra el Sacro Imperio Romano. La caballería húngara atacó Europa Occidental. Los húngaros llevaban siglos viviendo en medio de guerras tribales, y sus guerreros se extendieron como un incendio a través de las tierras alemanas. Además, contaban con ayuda sobrenatural: Miguel había reclutado aliados, pues ciertos Brujah balcánicos estaban ansiosos de unirse a su cruzada contra el norte. Los Ventrue teutónicos tenían el poder allí, y un ataque militar contra sus dominios podría debilitarles. El líder no muerto de aquellos Brujah era Dominico, un guerrero que había presenciado la destrucción de Cartago. Su alma ansiaba venganza, y el conflicto le ofreció una oportunidad.
Dominico y otros guerreros de su clan acompañaron a unidades de la caballería húngara en sus incursiones en el norte. También seguía habiendo Parientes entre las filas de los guerreros. El patriarca empleó una retorcida táctica: se permitía a los guerreros más prometedores alimentarse con vitae Brujah la víspera de la batalla. Fortalecidos por la sangre Cainita, los ghouls Parientes se convertían en feroces guerreros. A cambio de esta ayuda, unos pocos de tales mortales escogidos aceptarían el Abrazo. Dominico, en particular, tenía ciertos designios sobre Bulscu, pues le consideraba un arma potencial contra sus rivales Ventrue. Pero el éxito de Bulscu había atraído a otros manipuladores. El poder en aumento de los húngaros hizo crecer la fama de su líder, y aunque los pequeños nobles del norte se vieron obligados a inclinarse ante él, Bulscu quedó seducido por la dominante voz de un poderoso Ventrue alemán llamado Heinrich de Volstag. Ultrajado por la audacia de los peones de Miguel y la temeridad de los Brujah que cabalgaban con él en la batalla, Heinrich se percató de que desviar a Bulscu ayudaría a su venganza. El Hombre de Sangre tenía una insuperable adicción a la vitae, y sus mejores guerreros ansiaban el poder que podía darles la sangre Cainita. Mientras sus guerreros esperaban hambrientos la vitae de los Brujah, Bulscu soñaba con el poder de los Ventrue. Otto, el Sacro Emperador Romano, consiguió detener el avance de la horda húngara en el año 955. Habiendo terminado sus días de saqueo, los magiares se retiraron a los Cárpatos. Bulscu sucumbió al Abrazo de su mentor Ventrue, reforzando el poder de su familia sobre Hungría. El comercio con el Oeste se convirtió en una fuente de riqueza para los Arpad.
Algunos miembros escogidos de la familia fueron bautizados en las tinieblas. Bajo su influencia, los Arpad mortales convirtieron Hungría en una monarquía al estilo de las occidentales. Zombar, el hijo de Bulscu, fue enviado como emisario a Constantinopla en el año 953, y tras alimentarse ritualmente de vitae Ventrue, proclamó su lealtad al patriarca mortal, al Toreador Miguel y a los Ventrue de la ciudad.
El este de Hungría, conocido como Transilvania o «la tierra más allá del bosque», se mostró reacio a aceptar los deseos de los magiares. En la esfera mortal, la tensión fue aumentando paulatinamente entre los descendientes de los colonos dacios-romanos y los invasores. Durante la noche, los vampiros transilvanos se enfrentaban a los Ventrue magiares. El Clan del Cielo Nocturno se preparaba para la guerra contra los nuevos invasores a la sombra de los Cárpatos del sur. Los Arpad siguieron acumulando poder. Geza, un gobernante mortal de la familia, dándose cuenta de que Occidente no tardaría en atacar sus tierras, razonó que la única esperanza de su pueblo era convertirse al catolicismo. Aunque también cortejados por la Iglesia Ortodoxa, Geza y su familia se convirtieron al catolicismo romano en el año 975. Los líderes occidentales se vieron obligados a cancelar sus planes de invasión, pues Hungría se había convertido en la nueva conquista del Papa. Los emisarios enviados a la Dieta Imperial del Sacro Imperio Romano consolidaron las rutas comerciales a través de Hungría. Geza firmó la paz con Otto, recibió misioneros que convertirían a su pueblo, y se trasladó a Esztergom, donde mantenía una guardia personal de caballeros bávaros a los que concedió grandes propiedades. Pero Geza también buscaba la paz con las gentes orientales de su propio reino. Aunque había sido bautizado como cristiano, empezó a venerar públicamente a los dioses paganos. Por una parte, quebró el poder de los chamanes que operaban secretamente en su reino; por otra, intentaba extender una versión bastarda de la religión cristiana para unir la tierra.
Cuando Geza tomó esposa, escogió a la hermana del gyula de Transilvania. Por desgracia, la religión de su esposa era una afrenta para muchos de los que seguían a la Iglesia Católica Romana. Los líderes religiosos describían su fe como algo «peor que la barbarie, pues está infectado por el paganismo». Los desacuerdos religiosos fueron muy fuertes durante aquella época.
Antes de su muerte, Geza fue reclutado en el reino de los no muertos. Pero el Abrazo y la transición le perturbaron enormemente. Lejos de mostrar gratitud a Bulscu por la inmortalidad que le había otorgado, Geza desarrolló un abrumador odio hacia su Sire. Siempre había considerado su asociación con la Iglesia Católica Romana algo beneficioso para su reino, aunque de escasa importancia personal. Ahora se veía corrompido por el mal, condenado para siempre y para siempre exiliado del Reino de los Cielos. Al principio, la mera visión de la cruz le provocaba apoplejías. Finalmente fue seducido por la oscura mancha de la tierra. Resuelto a superar el horror. Geza huyó a la ciudad de Esztergom. Allí se tomó venganza contra la Iglesia.
Sus ghouls, niños inocentes que habían servido en las iglesias, aprendieron rituales de profanación. Geza rezó para que las fuerzas infernales guiasen sus manos. La idea de antiguos monaguillos invocando los nombres de los viejos dioses eslavos le produjo una gran diversión. Acto seguido, se alió con algunos miembros del clan Malkavian para corromper a los servidores de la Iglesia Católica Romana. Los Malkavian húngaros se unieron en torno a sus antiguos, disfrutando de la ironía de aquella impía asociación. Bajo la guía de Geza, el clan llevó adelante su misión a lo largo de los siguientes siglos. Tras la fachada de la Iglesia a la que había ayudado en sus días mortales, el Príncipe Geza de Esztergom (el así llamado «Arzobispo» de Hungría) reunió un gran poder. Su ira no tuvo límites cuando supo que Bulscu había Abrazado a uno de los caballeros bávaros que servían en la guardia personal de Geza: que su sire Abrazase a un simple caballero, convirtiéndole en el igual de quien había sido rey de Hungría, puso a Geza totalmente en contra de Bulscu, llevándole a tramar una venganza. Istvan, el hijo de Geza, educado como un caballero cristiano, fue coronado Rey de Hungría el Día de Navidad del año 1000. Istvan promulgó el edicto de que todos sus súbditos (excepto judíos y musulmanes) debían convenirse al cristianismo. El nuevo rey invitó a los extranjeros (especialmente a los alemanes) a establecerse en Hungría.
Aunque gobernaba desde Esztergom, las ciudades gemelas de Buda y Pest se convirtieron en una, su crecimiento espoleado por los intereses comerciales de los Ventrue. Cuando la ciudad volvió a la vida, Octavio se levantó de su largo sueño y comenzó a recorrer la noche de nuevo. Enfurecido por el paso del tiempo, buscó profecías de las ocho grandes señales que anunciaban el despertar del demonio.
Las órdenes monásticas empezaron a establecerse en el país, incluyendo a los monjes cistercienses y en edictinos. Diez obispados desarrollaron una red de iglesias, y se consolidaron las rutas de peregrinos hacia Jerusalén pasando por Constantinopla. La fuerza del catolicismo supuso la unidad nacional.
No tardaron en aparecer leyes que prohibían a los siervos alejarse demasiado de la iglesia, y los cementerios fueron emplazados cerca de éstas, uniendo el culto a los antepasados a la tierra sagrada cristiana. Mientras la Hungría occidental se volvía cada vez más hacia la civilización europea del oeste, la Hungría oriental (conocida como Transilvania) se convirtió en una zona de guerra donde los nuevos colonos alemanes y los nobles húngaros sometían a los descendientes de los rumanos. Istvan se enfureció por la resistencia en los confines orientales de su reino. Tras ejecutar a su primo a quien había declarado un «pagano incestuoso», marchó contra el gyula de Transilvania. Cruentas batallas dieron paso a atrocidades, con ambos bandos mostrando una crueldad innecesaria y sin dar cuartel. Los católicos húngaros ocuparon las tierras de los rumanos ortodoxos que se habían negado a convertirse, y los dacios supervivientes fueron convertidos en siervos. Espoleado por el levantamiento, el paganismo floreció de nuevo. La noche era el escenario de un sangriento conflicto entre Ventrue y Tzimisce. La guerra abierta entre los Cainitas fue desastrosa para la población mortal. Los aldeanos de Transilvania aprendieron a atrancar sus puertas y ventanas por la noche. Todos los establecimientos cerraban al crepúsculo. A la luz de la luna, guerreros ghoul cargaban en las partes más oscuras de los Cárpatos y los impíos santuarios de los Tzimisce. La civilización estaba de nuevo en peligro. Manadas de no muertos luchaban abiertamente contra los alterados ghouls de los Demonios. La guerra contra el este tuvo mucho más éxito a la luz del día. El gyula de Transilvania fue capturado, e Istvan se anexionó sus tierras. Mientras lucía el sol, las tierras eran seguras, pero la fachada se venia abajo con la noche. Patrullas de Cainitas húngaros exterminaban a las abominaciones de las tinieblas, pero hacía falta otra facción para rechazar a los Tzimisce: el clan de los Usurpadores, los Tremere. Durante muchos años, magos mortales en busca de la inmortalidad habían mantenido una capilla llamada Ceoris en lo alto de los Alpes Transilvanos. Aquellos magos deseaban siempre más poder, especialmente el don de la inmortalidad. Cuando descubrieron un ritual que se lo otorgaría, capturaron y usaron a vampiros Tzimisce para su transformación. Convertidos de este modo en Cainitas, se ganaron la imperecedera enemistad de los Demonios. Los Ventrue aprovecharon rápidamente la oportunidad, aliándose con los Tremere y ofreciéndoles suministros, ayuda y fondos para su guerra contra los Tzimisce. Los Tremere estuvieron encantados de aceptar la oferta. Las acciones de Istvan en el nombre de la iglesia
Católica Romana llevaron a su canonización como San Esteban, santo patrono de Hungría. Aunque gobernó un reino próspero, su muerte en el año 1038 llevó a décadas de caos. El emperador bizantino Manuel I intentó reconciliar las diferencias de su imperio con Hungría en el año 1071, El Príncipe Bela, su candidato al trono de Hungría, fue declarado también heredero de Manuel. Las revueltas en Bizancio le dieron una oportunidad de hacerse con las tierras balcánicas controladas por Manuel, y Bela no tardó en convertirse en un poderoso líder. Bajo el reinado de Bela, Hungría estuvo a punto de eclipsar a Constantinopla. Las glorias alcanzadas por el rey fueron amorosamente glosadas por un escribano al servicio de Bela, una figura monástica conocida únicamente como Anonymus. Esztergom se ha convertido en un arzobispado, y numerosos monasterios salpican la campiña. Bela estableció monopolios sobre la acuñación, las aduanas, la construcción de castillos y las decisiones acerca de la inmigración. Hungría daba la bienvenida a los extranjeros que pudiesen llevar conocimientos al país… si podían pagar impuestos adicionales a Bela. Aunque Bela dedicaba gran parte de sus ingresos a sufragar el relativo lujo de sus parientes vampíricos, fue uno de los gobernantes más adinerados de la época. Con un gobernante fuerte en el trono, las ferias y mercados intensificaron su comercio.
Musulmanes, judíos, rusos, italianos y alemanes comerciaban con armas y cera, plata y plomo, cobre y esmalte. La minería en Transilvania llenaba también las arcas del reino. Tras la muerte de Bela, su hijo Imre es el rey, y la tierra espera para ver a dónde llevará su reinado. Pero incluso aunque algunas partes de Hungría parecen haber ganado una cierta estabilidad, los campesinos saben que no deben salir de casa por la noche. Bajo el tenue manto de la paz se desarrolla una guerra mayor. La tierra misma está maldita con una enfermedad que afecta a todo lo que alberga.
La salvaje y peligrosa región de Transilvania, entregada a Istvan como recompensa cuando el Papa le declaró Rey de Hungría, se ha considerado siempre un territorio separado. Lo que queda de los pobladores dacio-romanos afirman haber estado en la zona desde antes de que los magiares la atravesasen en sus incursiones hacia el oeste. Muchos boyardos (nobles) rumanos ostentan títulos que se remontan a siglos atrás. Las familias boyardas rumanas suelen reclamar propiedades ancestrales, con frecuencia fortalezas o castillos que dominan pequeñas aldeas cercanas. Dado que los centros de población son tan pequeños, gran parte de esas tierras es territorio virgen. Esto conviene a los Gangrel que vagan por la zona, así como a la tribu Lupina de los Señores de la Sombra, que ha sido siempre un poder importante en Transilvania. Los Señores reconocen a su Parentela en las aldeas de la región. Aunque sienten un intenso odio hacia los voivodas Tzimisce que gobiernan a la población mortal, nunca han conseguido erradicarles. No obstante, se las han arreglado para mantener un nivel de población humana relativamente bajo, lo que limita el poder de los demonios. Irónicamente, las depredaciones de los Tzimisce son igual de efectivas para ello. El rey húngaro está enviando nobles, mercaderes y granjeros alemanes para construir ciudades en Transilvania, y por primera vez amenazan con surgir grandes asentamientos. Los viejos nobles rumanos se aferran desesperadamente a su fe ortodoxa. Desplazados por las católicos szekler y magiares, los valacos (como se conoce a los rumanos) se han convertido en siervos que trabajan las tierras usurpadas por sus señores húngaros. El quebrantamiento de la vieja nobleza rumana ha debilitado mucho a los arrogantes Tzimisce, que llevaban mucho tiempo dependiendo de su apoyo. Una Ventrue de gran talento, Nova Arpad, ha sido esencial en esta jugada. El éxito szekler y magiar a la hora de someter a la población nativa ha elevado la reputación de Nova entre su clan.
Los sajones apoyan a los gobernantes magiares. Invitados a establecerse en Transilvania, muchos campesinos alemanes viajaron al sur huyendo de los gravosos impuestos y en busca de una oportunidad de convertirse en algo más que siervos, A cambio de sus obligaciones financieras hacia el reino occidental, los campesinos sajones obtuvieron títulos hereditarios. El líder de cada aldea, por ejemplo, recibía el título de «conde» y una mayor parcela de tierra. Los sajones fundaron siete grandes ciudades. Notables por su tamaño y por los castillos y fortificaciones que facilitaban su defensa, cada una ha crecido hasta dominar su respectiva comarca. Este esfuerzo concertado fue también la causa de los frecuentes nombres alemanes en las ciudades transilvanas. Así, «Siebenburgen» es un término que se aplica a las siete ciudades así como a los castillos de su interior. Una de las Siebenburgen estaba bajo el control de Nova Arpad, que supervisaba a seis príncipes escogidos. Estos siete príncipes Cainitas se aliaron formando una cuadrilla conocida como el Consejo de las Cenizas hace unas pocas generaciones.
Los Tzimisce se negaron a reconocer la autoridad de ese consejo; la invasión de los húngaros era una afrenta, la paz son el Sacro Imperio Romano no significaba nada para ellos, y el creciente poder de los nobles szekler amenazaba directamente su propia base de influencia y su control sobre los campesinos transilvanos. Los señores Tzimisce mantuvieron sus dominios, haciendo alarde de su poder a pesar de los esfuerzos de los Cainitas occidentales. Un dominio permaneció completamente bajo el control de los Demonios: en la ciudad de Bistritz, alejada de la occidental Hungría, el Tzimisce Radu consiguió conservar su feudo. Aunque visto abiertamente como un traidor por muchos de sus compañeros de clan de los Cárpatos, este astuto diplomático se aseguró de que sus aliados supiesen de las actividades del Consejo de las Cenizas. La información revelada ayudó a sus aliados a traicionar al consejo, que se desbandó a las pocas décadas.
Nova Arpad, despreciada por muchos de los miembros del consejo, ha sido capturada por partisanos Cainitas transilvanos aliados de los Tzimisce, y su lugar ocupado por una impostora, la Nosferatu Ruxandra. Cualquier Cainita dispuesto a convertirse en un príncipe reconocido por los Ventrue húngaros pasa a ser poco más que un blanco móvil. Vengativos Tzimisce, arteros Usurpadores, incendiarios Brujah, ultrajados Señores de la Sombra… no faltarán enemigos a quienes busquen imponer algo de orden, aunque sea el suyo propio, en una tierra asolada por el caos. Antes una región dominada por fortalezas de montaña y unas pocas aldeas, Transilvania está desarrollando una serie de asentamientos y rutas comerciales que la conectan con Occidente. En resumen, está pasando por un cambio radical… y casi ninguno de sus viejos moradores lo aceptará sin luchar. Los principales combatientes, los Tzimisce, tienen una batalla distinta entre manos. Aunque Gangrel y Nosferatu acechan en los bosques de Transilvania, estas tierras son ante todo sus dominios. Extremadamente territoriales, los Tzimisce deben permanecer en su tierra nativa incluso cuando reposan. Esta tierra les sustenta a la vez que envía venenosas emanaciones. Aunque los Tzimisce más jóvenes no se ven muy afectados, sus mayores han pasado siglos sumergidos en esas energías oscuras, lo que no les deja más opción que defender sus dominios o morir.
Escenario de la guerra Tremere-Tzimisce, a Transilvania le quedan pocas energías para rechazar a las conquistadores occidentales El peligro acecha desde todos los flancos a los Cainitas que atraviesan la región, sobre todo si supuestamente tienen un salvoconducto. Los mortales suelen acabar convertidos en carnaza. Ni siquiera viajar en grupos numerosos es una garantía frente a los ataques de uno u otro bando. Todo lo que pueden hacer los antiguos boyardos y los campesinos es atrancar puertas y ventanas y rezar para que la carnicería no les alcance. El final del siglo XII es una época de caos en Transilvania. Los Cainitas ambiciosos que actúen con presteza aún tienen posibilidades de asegurarse el control de un gran dominio, pero la competencia es feroz. Las guerras entre Demonios y Usurpadores, las rivalidades entre Cainitas por el control de los dominios restantes y la continua amenaza de los Lupinos suponen grandes riesgos para los aspirantes a crear reinos. Es posible ganar gran poder aquí, pero el peligro está muy presente. Los idealistas que quieran conquistar una tierra dividida verán su visión puesta a prueba en Transilvania nocturno.