Los hijos de la noche.
Desde las primeras noches de Transilvania, fuerzas oscuras han competido por el control de la tierra. Alzándose e sus ancestrales laberintos subterráneos, los diabólicos Tzimisce han reclamado vastos reinos, rechazando a autoridad de todos los demás Cainitas.
Cualquier gentil palabra de tregua por su parte es poco más que un cese de las hostilidades mientras se preparan para la guerra. Los gritos de batalla de vivos y no muertos resuenan a través de las colinas de Transilvania, repitiendo sin cesar la salvaje cacofonía de los hijos de la noche.
LOS CHIQUILLOS DE TZIMISCE
El clan Tzimisce no es sólo el más numeroso de Transilvania, sino también el más diverso. Entre 20 y 30 Demonios tienen su territorio en cualquier momento en la Transilvania del siglo XII. Esto es sorprendente (o una muestra de las actuales tendencias del clan) pues la mayoría de los Tzimisce son bastante reacios a Abrazar a nuevos chiquillos. Criar aparecidos es mucho más eficaz. Después de siglos de dominio y explotación de sus familias, los niños nacen siendo leales a sus amos, lo que elimina la engorrosa necesidad de criar y educar gradualmente a un chiquillo vampírico. La fortaleza de un voivoda puede albergar a toda una dinastía de aparecidos durante generaciones. Esto les hace prometedores candidatos para el Abrazo, no obstante, un criado aparecido no suele recibir su bautismo de sangre hasta que es evidente que necesita desesperadamente el Don Oscuro. Derrotar a más traicioneros enemigos de su amo requiere a veces mayores poderes e ingenio vampírico. Sólo cuando hace falta esta ventaja adicional se entierra vivo al criado para que espere el renacer. Todavía más reveladora es la sorprendente guerra entre knezi (terratenientes menores) y voivodas rivales. Arrogantes y sedientos de poder, los voivodas establecen y rompen alianzas al dictado de sus pasiones. Los knezi Transilvanos, en particular, son extremadamente territoriales: cada uno se considera el verdadero amo de sus tierras. Los Tzimisce feudales suelen reclutar pocos aliados, recurriendo por lo general a chiquillos con Juramentos de Sangre, espantosas creaciones y legiones de criados alterados mediante la Vicisitud. La guerra es brutal y primitiva en Transilvania. Su trato a los »siervos» mortales es igualmente brutal, a pesar de lo que puedan creer los Tzimisce. Siempre han considerado a sus siervos humanos poco más que ganado. Aunque los Demonios están convencidos de que los humanos perecerían sin ellos, éstos han empezado a rebelarse contra sus amos ocultos. Muchos Cainitas transilvanos de otros clanes comienzan a creer que los prósperos Ventrue teutónicos, por arrogantes e insufribles que sean, son preferibles a la despiadada autocracia de los Tzimisce. Francamente, los Demonios se preocupan poco por esas conspiraciones. Están más interesados en enemigos más fuertes: en particular, los Usurpadores Tremere. Mientras ellos son muchos pero están divididos, los Tremere son pocos pero están muy unidos. Los Usurpadores explotan su fanática lealtad, su innovadora magia y sus bestiales Gárgolas mientras preparan su gran ataque contra los Tzimisce. La creciente marea de la batalla ha aumentado la necesidad de reforzar el sistema feudal Tzimisce. Los señores se han vuelto más asertivos en su derecho a explotar a la población mortal de sus dominios una sangrienta década tras otra. Pero a pesar de las apariencias, el sistema feudal creado por ellos no estuvo del todo asentado hasta el siglo VIII. Antes de aquellos oscuros tiempos, los Demonios más prósperos eran de naturaleza más contemplativa e introspectiva.
EL VIEJO CLAN TZIMISCE
Debe tenerse en cuenta que no todos los Tzimisce compartían las mismas creencias. Una secta aislada, por ejemplo, nunca aceptó la práctica de la Vicisitud. La alteración de la carne era para ellos una forma de mancillar el alma. Siglos más tarde, sus descendientes estaban dispuestos a seguir la filosofía de los Tzimisce feudales, pero seguían predicando contra los peligros de la Vicisitud. Solían distinguirse de sus contemporáneos por medio de curiosos anacronismos en su ropa y actitud. Por esta razón fueron apodados burlonamente «Viejo Clan Tzimisce». Incluso después de que Transilvania dejase de ser un país feudal, esta pequeña y estridente secta seguía insistiendo en la vieja tradición de los grandes dominios. Al crecer su aislacionismo y fanatismo, desarrollaron elaboradas leyendas para justificar su extrema ortodoxia, como el risible cuento de un virus extraño que infectó al resto del clan. Hasta esta noche, son desdeñados por el resto del clan, que les considera un engañoso atavismo. No es de extrañar que sólo la Mano Negra les tolere.
LOS METAMORFOSISTAS
Los primeros Tzimisce de Transilvania eran espiritualistas que practicaban rituales secretos. Meditaban sobre la verdadera naturaleza de la abominación en las tinieblas, habiendo abandonado las costumbres humanas (una raza inferior que les resultaba extraña). Los Demonios celebraban sus ritos en santuarios de piedra, y los templos más elaborados eran entradas a retorcidos santuarios laberínticos bajo tierra. Estas «Iglesias Negras» existen todavía en muchas zonas de Transilvania y son un testimonio de los horrores del pasado.
De día, los criados del sacerdote oscuro construían edificios de piedra sobre el suelo. De noche, enormes cosas de múltiples brazos cavaban túneles bajo tierra. Artesanos vampíricos completaban la tarea iniciada por sus sirvientes en aquellos sombríos santuarios. A salvo de los rayos del sol los maestros levantaban asimétricas paredes de piedra. Las víctimas de los sacrificios eran convertidas en paredes de carne en los templos más elaborados. La Catedral de la Carne, cerca del Paso de la Torre Roja, es un ejemplo excelente. Las ceremonias encajaban con el escenario. Antes del Culto del Dios Crucificado, antes de que las tribus guerreras invocasen los nombres de Dagón y Baal, los Tzimisce más exaltados intentaban trascender las limitaciones de la arcilla mortal. Remodelando la estructura de sus cuerpos, se alteraban hasta reflejar sus sueños (o pesadillas) de perfección. Los más impresionantes se convertían en objetos de adoración, y serviles ghouls labraban sus imágenes en estatuas, veneradas más tarde como dioses paganos.
Los Metamorfosistas adoptaron métodos más sutiles de practicar su idolatría y defender sus territorios con el progreso del clan. Construir santuarios bajo tierra era primitivo, un hábito demasiado similar a las costumbres de los Nosferatu. Elaboradas iglesias de piedra servían como catedrales para las Metamorfosistas, y cuando las órdenes monásticas empezaron a extenderse por Transilvania, las iglesias cristianas profanadas demostraron ser especialmente útiles para los demoníacos sacerdotes. En las regiones más civilizadas del Voivodato, los cristianos se han apropiado de las Iglesias Negras, por lo general sin saber lo que acecha bajo su superficie. Aunque se celebran servicios cristianos en estos lugares, la tierra que los rodea es difícil de consagrar. Algunos santuarios menores han caído en el descuido, mientras que los más primitivos han sido totalmente abandonados por los Tzimisce, Otras cosas horribles han ocupado el lugar de los Tzimisce: cultos de sluagh, Lupinos exiliados que han sucumbido a la locura de la Espiral Negra, ghouls szlachta fugitivos…
Los rituales toman la forma de demenciales hechicerías para los Metamorfosistas más modernos. La dependencia de un enclave feudal no es tan esencial para ellos. Desprecian a los primitivos que insisten en usar cuevas e iglesias. Los más civilizados utilizan laboratorios alquímicos y místicos. Estos hechiceros podrían controlar a una pequeña congregación con vis mancillado y otras energías mágicas. Muchos están obsesionados con objetives místicos insistiendo en que sus estudios están motivados por el puro intelecto. En sus modestos dominios, persiguen la sabiduría, reuniendo grandes bibliotecas y conocimientos ocultistas.
La moralidad de los humanos no significa nada para ellos, salvo como limitación que debe ser superada.
Otros místicos buscan el conocimiento. Últimamente son más los Tzimisce que viajan de tirsa a tirsa para ampliar sus estudios. Aceptando sangre o favores por sus servicios, se han hecho bastante útiles para los señores feudales del clan. Aunque su fanatismo les granjea un cierto respeto por parte de los knezi que encuentran, sólo un loco confiaría por completo en ellos. Después de todo, la confianza es una debilidad humana. Los místicos tienen un fuerte sentido de dónde está mancillada la tierra y conocen los nombres de los espíritus que corrompen la tierra… los verdaderos nombres invocados por quienes buscan el poder. Llamando a los antiguos espíritus de la tierra, pueden ayudar o perjudicar a un señor en el gobierno de su dominio.
Los cultivos se marchitan y mueren a su capricho. El ganado da leche y carne corrupta. Niños y animales nacen con monstruosas deformidades. Por tanto, los señores respetan a estos místicos.
Con el cambio de los tiempos y la caída de las Iglesias Negras, los Metamorfosistas también evolucionan: no puede esperarse menos de ellos.
LA NOCHE DE KUPALA
Las costumbres paganas son las viejas costumbres de la tierra, y a veces los cristianos tienen buenas razones para temerlas. Tal y como hay luz en el mundo, también hay oscuridad, y durante el festival de la Noche de Kupala, la fuerza de la oscuridad es innegable. Místicos y señores feudales Tzimisce suelen viajar a los knezatos de otros respetados gobernantes, dejando a un lado sus conflictos el tiempo suficiente para comulgar con los antiguos espíritus de la corrupción: los kupala. Estos espíritus son la progenie de un viejo dios eslavo del mismo nombre: aunque la influencia de Kupala se vendrá abajo mucho antes del siglo XX, es una fuerza digna de consideración en el siglo XII. Los paganos mortales celebran la Noche de Kupala el 22 de junio. También le veneran como un dios benévolo. Los Tzimisce, por supuesto, saben que ambas posturas son erróneas. Los verdaderos rituales de la Noche de Kupala se celebran en una fecha distinta cada año. Sólo los astrólogos del clan pueden señalar el día más eficaz para la violenta ceremonia. El velo entre la tierra de la carne y el reino del espíritu es más fácil de abrir, y quienes veneran las viejas vías pueden ver la misma corrupción de la tierra. Horribles apariciones infectan el suelo, y allí donde ha sido corrompido, es posible ver las repulsivas formas de los kupala a la luz de la luna. Se bambolean y farfullan contorsionando sus cuerpos en imposibles exhibiciones de degeneración fisiológica. La tierra y quien la gobierna son uno, y así los Tzimisce transilvanos muestran su reverencia compartiendo su sangre entre sí y con la tierra. Con la ayuda de místicos, los participantes celebran un antiguo rito que incluye compartir su sangre: una copa de plata con vitae de todos los asistentes circula para que todos beban de ella, y las últimas gotas se derraman sobre el suelo. Esto no sólo demuestra su alianza, sino que también les fortalece para la tarea inminente. Los gritos de los kupala se detienen cuando el terror abruma a los espíritus. Entonces empieza la matanza. Los vengativos
Tzimisce extienden sus cuerpos y desarrollan sangrientas garras. Los espíritus piden misericordia, pero no es concedida. Matando a la enloquecedora maldad del suelo, los Demonios purifican la tierra, honrando su viejo compromiso de protegerla. Su fervor va aumentando hasta un devorador frenesí, y nada en la cercanía está a salvo. Al amanecer, la locura se desvanece y la maldad de Kupala queda debilitada de nuevo. La hospitalidad se extiende a la noche siguiente para todos los invitados que han colaborado en la matanza. La tregua dura el tiempo suficiente para que los viajeros vuelvan a sus feudos. En una o dos semanas, se reanuda la feroz lucha por el control de la tierra, pero para entonces, los mayores enemigos del clan han recibido graves heridas. (Si estás usando las reglas de espíritus de Mago y Hombre Lobo: en la Noche de Kupala, la puntuación de Celosía en las zonas infectadas baja a 2, Los koldun Tzimisce celebran un ritual de Taumaturgia o Hechicería Koldúnica de nivel Cinco (ver Libellus Sanguinis I: Señores del lugar) que permite a los Tzimisce entrar en la Penumbra y luchar con los espíritus. Puedes ver tas características de las kupala en el Apéndice)
VOIVODAS
Los Tzimisce más sofisticados desdeñan las primitivas actividades de los Metamorfosistas. ¿Por qué esconderse y reptar en viejos templos en ruinas como malditos Nosferatu? Dejad las cuevas a las razas inferiores: hay un mundo que conquistar. Las iglesias y laboratorios alquímicos de los Metamorfosistas más avanzados son intrigantes, como mínimo, pero hay más tareas sagradas (y profanas) que llevar a cabo. Los señores feudales ven su objetivo en la no vida como algo mucho más noble: protegen y enriquecen la misma tierra. A comienzos del siglo VII, los nobles Tzimisce desarrollaron una extensa aristocracia por todo el Voivodato de Transilvania. Por costumbre, el voivoda Tzimisce más estimado disfrutaba de privilegios exclusivos sobre el gobernante humano de la región. Allí donde podía construirse y mantenerse una fortaleza, un voivoda se declaraba amo de la tierra y sus habitantes. Los gobernantes menores mantenían la autonomía en regiones más pequeñas, insistiendo igualmente en el gobierno absoluto y en sus derechos de caza. Estos señores tomaron el nombre de knezi. En algunas regiones, los demonios empleaban nombres distintos (como en el caso de los territorios de los margraves), pero por encima de todo, los gobernantes de los mayores feudos se veían como príncipes. Con el paso del siglo VII al VIII, quedaron definidos los territorios tradicionales, y establecidos los nombres de sus tirsas. Esta arrógame apropiación de la tierra exacerbó la disputa entre los Tzimisce y sus antagonistas Lupinos, los Señores de la Sombra. La migración de las tribus, que persistió mucho después de la adopción del feudalismo, quedó interrumpida por la formación de las tirsas: los hombres lobo se unieron para reafirmar sus derechos de caza. Según las referencias Tzimisce, los humanos siguieron el ejemplo de sus amos. Los límites de sus dominios (knezatos y tirsas) estaban mucho más abiertos a la disputa en el pasado. Los territorios establecidos podían ser desafiados por aspirantes a voivoda. Cuando dos príncipes se declaraban la guerra, la luz de la luna iluminaba terribles batallas. El Juicio de Guerra era una práctica aceptada. Ghouls szlachta y belicosos aparecidos resolvían las disputas de sus amos, y los campesinos locales aprendían la tradición de atrancar puertas y ventanas al crepúsculo y no aventurarse al exterior hasta oír el canto del gallo. Las épicas historias de disputas territoriales han sido cuestión de orgullo familiar a lo largo de los últimos doscientos años. En el siglo XII, los voivodas suelen disponer de pequeños ejércitos o de los medios para producir uno en caso de necesidad. Como caballeros en sus honorables duelos, suelen definir los parámetros y «armas» de un Juicio de Guerra de antemano. Los juicios menores pueden requerir la destrucción de una criatura, mientras que los conflictos de gran entidad pueden exigir diezmar al ejército contrario, o incluso acabar con el voivoda mismo. El fortalecimiento de las familias de aparecidos aumentó también la dependencia de los feudos. Criar una familia de ghouls aparecidos puede llevar siglos, y una vez establecida la propiedad de una familia, se convierte en un recurso muy valioso para quienes la mantienen. Muchas familias se han extendido hasta el punto de servir a varios knezi, aunque la lealtad de la familia a su amo y señor impide que muchos miembros dejen la sombra del castillo ancestral
Aunque el clan Tzimisce es muy dado al fraccionamiento, hay una cierta medida de respeto entre voivodas y knezi. El príncipe de una tirsa debe tener el apoyo de su voivoda. No es nada sin su amo. Debe jurar lealtad a su gobernante. A cambio de sus derechos sobre la tierra, debe estar dispuesto a reunir tropas en tiempo de guerra, Hay condiciones adicionales, como la exquisita hospitalidad entre los knezi y su deber de acatar la voluntad del voivoda en las disputas. También hay un pacto entre el gobernante y la tierra. Algunos vampiros dicen que si los mortales de un feudo sufren, se está cumpliendo. Otros dicen que cuando aumenta la corrupción de la tierra, el semblante de su voivoda se vuelve más sombrío. En todo caso, hay un innegable lazo entre un Tzimisce y su dominio. Si un Demonio viaja al exterior, debe llevar consigo una pequeña muestra de la tierra de su feudo. Mientras descansa durante el día, estará más cerca de la esencia de la tierra que se ha comprometido a proteger. Si no lo hace, no podrá descansar y se irá debilitando poco a poco. Mientras aumenta el poder de los voivodas, algunos neonatos se dan cuenta de que los tiempos están cambiando.
Tal y como el Oeste cristiano amenaza los lugares oscuros de la Tierra, muchos campesinos están a punto de rebelarse contra sus amos invisibles al aceptar la religión del Dios Crucificado. Algunos jóvenes Demonios no buscan posiciones de responsabilidad feudal. Estos fracasos Cainitas se convierten en torvos profetas del destino, insistiendo en que las noches de los voivodas están cerca de su fin. Vagan por los oscuros bosques en manadas, cazando a todo el que puedan atrapar, liberando su odio contra cualquiera a quien puedan destruir, y ocultándose de la justicia de los voivodas. Las manadas muestran curiosos lazos de lealtad, y se sabe de algunas que han formado lazos de sangre comunales durante la Noche de Kupala. Muchas manadas han empezado a pervertir los rituales de esa noche, reservando para ella sus mayores atrocidades y exhibiciones de rebelión contra sus mayores. Las peores manadas hablan con reverencia de la Noche de Kupala, y quizá alguna noche extiendan su corrupción al resto del clan. Rechazan y desprecian las viejas tradiciones.
Esto es un insulto de la peor especie, pues la tradición es primordial para los antiguos. A pesar de los rechazos de los jóvenes, muchas de las creencias del siglo XII perseverarán hasta el XIX o el XX. La tierra vive o muere según la devoción de sus protectores. Debe ser preservada a toda costa, y los Tzimisce se consideran los defensores de las tierras más allá del bosque.