Wiliam Wallace

William Wallace nació en enero del 1272 en la ciudad escocesa de Elerslie (cerca de Glasgow), muy poco antes de que llegase al trono de Inglaterra el que sería su gran enemigo, Eduardo I, de la casa Plantagenet.

Vivió sus primeros años en un clima de tensiones y disputas que se sucedieron entre los numerosos nobles escoceses tras la muerte del rey Alexander III. Entre los 14 y 16 años vivió en Dunipace, con un clérigo tío suyo, con el que estudió a los clásicos en latín.

Ya con esta edad medía 2 metros de altura, lo que le convertía casi en un gigante para el tamaño medio de entonces, también era muy fuerte y hablaba tres idiomas. La muerte de su padre, el destierro de su madre y el sistema de opresión que vivían los suyos por parte de los ingleses hizo que abandonase la incipiente carrera eclesiástica.

Así, cansado de la opresión y el dominio inglés se unió con otros jóvenes, convirtiéndose en una banda de forajidos. Con ellos fue hasta Loudun Hill, donde vivía el caballero inglés Fennwick, que había matado a su padre.

Él sólo contaba con 50 hombres, frente a los 200 soldados ingleses; aún así, más de la mitad de estos murieron, incluyendo a Fennwick. Los hombres de Wallace, además de disfrutar su primera gran victoria, se encontraron con un número considerable de armas y caballos. Wallace se convirtió así en un forajido al que pusieron precio por su cabeza.

Su pequeño ejército se refugió en el bosque de Ettrick y durante 5 años, junto con sus hombres, visitó poblaciones tomadas por los ingleses para conocer al enemigo y realizó guerrillas contra tropas y patrullas, ocasionando numerosas bajas.

A pesar de todo ello le dio tiempo para cortejar a la joven Marion Braidfute, que vivía en Lannark, ciudad gobernada por el sheefiff Hazelrig, el cual, para obligar a Wallace a ir a su ciudad y así capturarlo, mató al hermano de Marion. Y efectivamente Wallace llegó, pero, aunque causó una considerable matanza entre los soldados ingleses, tuvo que regresar al bosque sin haber conseguido llegar a la casa de su amada. Entonces, el sheriff Hazelrig, despechado por no conseguir capturar al forajido más buscado, mató a Marion.

La venganza no se hizo esperar. Wallace, acompañado esta vez por todos sus hombres, atacó durante la noche, dejando vivos sólo a las mujeres y los religiosos. Aquello aumentó su fama, y muchos más escoceses se unieron a él y las tropas inglesas a la largo y ancho de Escocia sufrieron su guerra de guerrillas.

El rey Eduardo mandó 40.000 soldados de a pie y 300 jinetes para resolver el problema escocés al mando del Gobernador inglés de Escocia, John de Warenne. El primer gran enfrentamiento tuvo lugar en Irvine, julio de 1297; muchos nobles escoceses no quisieron participar por no querer estar bajo el mando de alguien a quien consideraban de inferior rango.

Wallace tuvo que retirarse hacia el norte, aunque después siguió a los ingleses cuando estos creyeron que el asunto estaba zanjado. El siguiente gran enfrentamiento sería decisivo por necesidad: un numeroso y bien armado ejército, con muchos veteranos de las guerras de Flandes y Gales, frente a quienes hasta entonces sólo habían hecho guerrillas y estaban armados principalmente con lanzas, hachas y cuchillos.

La batalla tuvo lugar el 11 de septiembre de 1297, en el puente de Stirlig, que se hundió ante el peso de la caballería inglesa, facilitando así la victoria de Wallace. Aunque este tuvo que sufrir la pérdida de su mejor amigo: Sir Andrew Moray. A aquella victoria siguieron otras, incluyendo la toma del castillo de Edimburgo. Y así quedó Escocia momentáneamente libre de ingleses.

Entonces Wallace vio que había otro trabajo que hacer: restaurar las vías comerciales y diplomáticas con los otros países, tal como estaban con el rey Alexandre III. Fue elegido Guardián de Escocia, título que casi equivalía a nombrarlo rey (el auténtico, John Baliol, estaba preso en Londres; más tarde sería exiliado a Francia, de donde no regresaría).

Alarmado por la derrota inglesa, Eduardo I regresó de Flandes, donde mantenía otra guerra, y fue en persona hacia Escocia con un enorme ejército que fue avanzando por el norte de Inglaterra, donde Wallace también había conquistado algunas ciudades, haciendo huir a los escoceses que se encontraban por allí.

Entonces Wallace usó la práctica de tierra quemada, para que el enemigo no encontrase provisiones a su paso, pero eso ya estaba previsto por el rey inglés, al que le llegaban las provisiones en barcos desde Irlanda, aunque en alguna ocasión estos se hundieron en el mar por culpa de una tormenta.

Además de esta inmensa fuerza, tres veces mayor que la de los escoceses, Wallace fue traicionado por dos de sus nobles. En la batalla de Falkirk, a pesar de la buena idea de oponerse al asalto de la caballería inglesa colocando las lanzas sujetas firmemente contra el suelo, los escoceses fueron derrotados y el rey inglés ofreció una importante recompensa por la captura de Wallace.

Además de la derrota, este tuvo que soportar el desprecio de los propios nobles escoceses, que nombraron Guardianes de Escocia a Robert Bruce y John Comyn, este último, sobrino de John Baliol.

Una vez perdido el carisma de vencedor de todas las batallas, su condición fue decisiva para que los nobles le retiraran el apoyo. Por si fuera poco, el rey Eduardo decretó una amnistía para todos aquellos que combatieron por Escocia, excluyendo de ella a Wallace, que de nuevo se veía convertido en un forajido. También nombró rey a John Comyn

Parece ser que Wallace estuvo un tiempo en Francia, donde Felipe IV le ofreció títulos nobiliarios y el gobierno de alguna tierra, pero el amor por su tierra le llevó a volver en 1305. Allí, nuevamente fue traicionado. Esta vez por Sir John de Menteith, antiguo amigo y compañero de armas, que introdujo a uno de sus sobrinos en su banda, para así estar al tanto de todo cuanto hacía.

Así consiguió llevarlo hasta el castillo de Carslile, donde fue encerrado en una mazmorra. De allí fue llevado a Londres fuertemente custodiado y atado a un caballo, en un largo viaje de 17 días.

Fue acusado de alta traición, cosa que él negó, ya que nunca había jurado lealtad al rey inglés, y sentenciado a morir en el mismo día.

Los detalles de su ejecución son especialmente truculentos, incluso pensando en los cánones de la época: Fue arrastrado por dos caballos por las calles de Londres y apedreado por la multitud hasta llegar a Smithfield, donde estaba el lugar de ajusticiamientos.

Allí lo ahorcaron por un corto tiempo, lo suficiente para que sólo perdiese el conocimiento. Lo descolgaron y, mientras aun estaba vivo, le cortaron los genitales, le abrieron el vientre y le sacaron los intestinos, que fueron quemados; finalmente, su cabeza fue cortada y puesta en una pica en el Puente de Londres, mientras que manos y pies fueron mandados a cuatro extremos de Inglaterra.

En Alberdeen, donde llevaron el pie izquierdo, fue enterrado lo que quedaba del cuerpo. Este tipo de ejecución contra el delito de traición fue introducido en Inglaterra por los normandos y estuvo vigente hasta el siglo XVIII. Y seguramente se usó con bastante frecuencia; hay que tener en cuenta que en la Torra de Londres está la llamada Puerta de los Traidores.

Se habla mucho de la espada de William Wallace, la cual es del tipo tradicional para ser manejada con las dos manos, mide aproximadamente 66 pulgadas de largo, siendo la longitud de la hoja de 52 pulgadas. La calidad del metal sugiere que es de origen escocés, aunque otras espadas del mismo periodo fueron hechas en Finlandia o Alemania.

La lucha por la independencia de Escocia continuó, en 1314 Roberto «the bruce» tomo las riendas de la rebelión y combatió a los ingleses hasta lograr la independencia en 1320. Así, fue coronado como el Rey Roberto I de Escocia. Aunque jamas olvido su traición a Wallace en la batalla de Falkirk y en su lecho de muerte pidió que su corazón fuera llevado a las cruzadas buscando el perdón de Dios y de sus errores pasados.

Eduardo I falleció a principios del siglo 14 y fue su hijo Eduardo II quien le dio la independencia a Escocia, tan buscada por William Wallace. La cuestión es que William Wallace, el héroe, ha pasado de la Historia al mito y a la leyenda, y millones de escoceses, e incluso habitantes de otros países, han querido verse reflejados en el hábil diplomático, el pertinaz luchador, el brillante estratega, el gigantesco guerrero (según las crónicas de la época, medía cerca de dos metros), y, especialmente, en el desafiante adalid de una idea tan atractiva y mitificada como la independencia, en todos los sentidos, a la que William dedicó conscientemente su vida e inconscientemente su posteridad.

Tiburk

Un amante de los juegos de rol...

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